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Al Sur y al Norte acéchanla los salvajes, que aguardan las noches de luna para caer, cual enjambre de hienas, sobre los ganados que pacen en los campos y las indefensas poblaciones.

Gener, dice en su largo discurso, que el bien y el mal le son indiferentes; que él se limita a producir la vida, y que si crea flores, hermosura y salud, frutos sabrosos, palomas y tórtolas inocentes, mariposas y libélulas y lindos y pintados pajarillos que melodiosamente trinan y gorjean, crea también tigres y hienas, arañas deformes, ponzoñosos escorpiones, terremotos, huracanes y pestilencias y prolífica multitud de microbios, causa de las más asquerosas y mortíferas enfermedades.

Como en aquel país hay muchísimas hienas, que tan cobardes como carniceras devoran las bestias de carga y tienen miedo del hombre, aunque rodean e invaden a veces el campamento regio, cada personaje de la corte y el mismo rey van siempre armados de un látigo para osear y castigar las hienas con que tropiezan a su paso.

Ni aun los maridos sabian la prision de sus esposas sino en la hora del auto de fe; i entonces solo podian darse unos á otros el último á Dios con los ojos; porque con las palabras les era vedado por aquellos monstruos de crueldad indignos de ser llamados hombres, cuanto mas sacerdotes: por aquellos monstruos mas feroces que los caribes: por aquellos que no siguiendo á la letra el Evangelio porque no lo entendian, escudados con testos teológicos que interpretaban á su placer, tenian ahogados en los corazones todo sentimiento de humanidad; i eran mas dignos de pertenecer á la clase de las fieras que á la de hombres; i aun estoi por decir que no á todas; porque el leon es animal noble, i en ellos no habia mas que el deseo de beber sangre humana, i la feroz bestialidad de los tigres i de las hienas.

¡Será preciso que mate a uno! ¡No me dejaréis morir en paz!... ¡Malditos todos, que llegáis a esta puerta y no respetáis mi dolor! ¡Yo también seré maldito, porque vosotros no me dejáis morir arrepentido! ¡Mis horas están contadas!... ¡Tengo ya la sepultura abierta! ¡Dejadme! ¡Toda la noche han aullado los perros!... ¡Cierro los ojos para morir, y vuestras voces me despiertan!... ¡Sois como las hienas, que desentierran a los cadáveres!... ¡Tendré que mataros!... ¡Dejadme, hienas y lobos y escorpiones!... ¡Dejadme que muera y que la tierra caiga a puñados sobre mis ojos!...

Visitemos las tiendas de pieles, y encontrarémos, perfectamente disecados, leones, panteras, tigres, leopardos, hienas, lobos, zorras, castores; en fin, un gabinete de zoología. No he visto ratas; pero no extrañaria alzar la cabeza y darme de hocicos con una enorme culebra boa, puesta en una urna de cristal, á lo largo de un escaparate.

No cabe duda que entre esos restos humanos, mezclados con los de rinocerontes, hienas y osos de las cavernas, ninguno encerraba el cerebro de un Esquilo ó de un Hiperco; pero ni Hiperco ni Esquilo hubieran existido si los primeros trogloditas divinizados por los griegos con el símbolo de Hércules, no hubiesen conquistado el fuego del rayo ó del volcán, si no hubiesen fabricado armas para limpiar la tierra de los monstruos que la poblaban, si no hubieran así, en una inmensa batalla que duró siglos y siglos, preparado para sus descendientes las épocas de relativo descanso, durante las cuales se ha elaborado el pensamiento.

Escribió un drama heroico, un drama caballeresco, la epopeya de los conquistadores en las Indias vírgenes, con estrofas sonoras en las que vibraba un tintineo de espadas y corazas, y los profesionales recibieron sonriendo como hienas a este niño de buena familia que venía a quitarles el pan de la mesa. Muy bonitos los versos, pero «aquello no era teatro». Resultaba demasiado poeta para la escena.

Un tanto aburrido Miquis de su papel de indicador, iba mostrando a Isidora, jaula por jaula, los lobos entumecidos, las inquietas y feroces hienas, el águila meditabunda, los pintorreados leopardos, los monos acróbatas y el león monomaníaco, aburridísimo, flaco, comido de parásitos, que parece un soberano destronado y cesante.