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D. Jaime, sin responder palabra, bajó la escalera y salió de casa con traza de ir muy desabrido. Aquella tarde, reparando Andrés en una herida reciente que Rosa tenía en la mejilla, le preguntó con interés: ¿Qué es eso, Rosita? Que me he lastimado con una rama al coger manzanas. ¿Por qué te subes a los pomares?... Un día vas a matarte.

Y el otro, dando entonces rienda suelta a la rabia que le ahogaba, al rencor contra el padre de aquel inocente, fuera ya de su alcance, que por tantos años había fomentado en el fondo del pecho, con la paciencia con que se afila la hoja de un cuchillo, gritó con voz terrible, sacudiéndole con una mano por un brazo, poniéndole el puño cerrado de la otra junto al rostro mismo: ¿Qué quiero?... ¡Matarte es lo que quiero!... Romperte el alma... Tirarte al agua; que uno de los dos no vuelva al colegio...

Señor Sagrario, haga el favor de despertar a mi tío». Pero ni el tío despertaba, ni D. José se hacía cargo de que le llamaban. «Parece que me tienes miedo, y que pides socorro le dijo Maxi con fría bondad . No te voy a comer. Estás equivocada si piensas que vengo de malas. Si no se trata ya de matarte ni de matar a nadie... Esa idea estúpida voló... por fortuna de todos».

40 y por tu espada vivirás, y a tu hermano servirás; mas habrá tiempo cuando te enseñorees, y descargues su yugo de tu cerviz. 42 Y fueron dichas a Rebeca las palabras de Esaú su hijo mayor; y ella envió y llamó a Jacob su hijo menor, y le dijo: He aquí, Esaú tu hermano se consuela acerca de ti con la idea de matarte.

te marchas por , por hacerte rico, por rodearme de lujos y comodidades, y vas ¡pobrecito mío! como un soldado va a la guerra, a sufrir, a matarte de fatiga. ¿Y no quieres que si yo llego a ser rica te lo mío?... ¡A callar! Ya sabes que no te aguanto cuando te pones tonto con tus caballerías... señor, te mantendré, te guardaré como un pájaro en su jaula, y harás versos o no harás nada.

Y como comprendía que usted habría sabido hacerla feliz, la soberbia, el amor, los celos, todas las pasiones, todos los instintos de mi raza, de mi naturaleza, se sublevaban amenazadores. ¡ me prometiste ayer la dije con acento amargo que no me dejarías, porque eres mi esposa, y ahora quieres matarte!... Ella no lo negó. Déjame morir fue su respuesta; eso será mejor para todos.

Entonces oigo un grito, un grito... que me atraviesa hasta la médula de los huesos... ¿Y qué es lo que veo? Mi mujer, mi reciente esposa, se ha echado a los pies de Lotario, lo retiene por la ropa, gritando: ¡No tienes que matarte! ¡no tienes que matarte!

Dos palabritas na más. me quieres y yo te quiero. ¿Pa qué pasarnos el resto de la vida rabiando, como unos infelices?... Hasta hace poco, era tan bruto que al verte me hubieran dao tentaciones de matarte. Pero he hablado con don Fernando y me ha convencío con su sabiduría. Esto se acabó. Y lo afirmaba con un gesto de energía.

Como Torrebianca permanecía impasible, creyó oportuno recordarle otra vez su situación. Aquí te aguardan la deshonra y la cárcel, ó lo que es peor, la estúpida solución de matarte. Allá, conocerás de nuevo la esperanza, que es lo más precioso de nuestra existencia... ¿Vienes?

Ella consigue apoderarse de mis manos y las besa, murmurando entre gemidos: No lo dejes salir. Quiere matarse... quiere matarse... ¿Y por qué quieres matarte, hijo mío? pregunto. Si tienes sobre ella derechos más antiguos que los míos ¿por qué no los has hecho valer? ¿Por qué has engañado a tu mejor amigo? El se aprieta la frente con los puños y no dice una palabra.