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Allí era el brincar de las almas, el retozar de la risa, el desasosiego de los cuerpos y, finalmente, el azogue de todos los sentidos. Y así, digo, señores míos, que los tales trovadores con justo título los debían desterrar a las islas de los Lagartos.

La puerta era de roble viejo, labrada como las de las iglesias: a su lado había una ventanita sin rejas. Al poner allí el pie me sentí fuertemente conmovido. La idea de que detrás de aquella puerta estaba mi dueño querido, la saladísima hermana, hacía brincar mi corazón. Pegué el oído a la cerradura por si lograba escuchar algo, y en efecto, voces y risas.

Esta modificación del programa del tío me dio tanta alegría, que me levanté para brincar. ¡Entonces, no esperaré! exclamé escapándome. Y corrí a mi cuarto, en donde no tardó Juno en aparecer con su aire majestuoso. ¡Qué desfachatada eres, Reina! ¡Desfachatada! ¿Así es como agradeces el que haya hecho lo que misma me has pedido? Es que dices las cosas muy pan, pan...

Pues no les volvió la cara, ni creo que la hubiera vuelto aunque fuesen doce. ¡Qué modo de revolverse! ¡qué modo de brincar! ¡qué modo de dar palos! ¿Veis un oso cuando los perros le acometen después de herido, y al primero que se le acerca le da un zarpazo y lo tumba y los otros ladran sin atreverse á entrar hasta que uno más atrevido se lanza y vuelve á caer?

Finalmente, tranquilizáronse los ánimos y otra vez reinó la concordia y la alegría. El señor Rafael volvió á tomar la guitarra y soltó una serie de coplillas chuscas y picarescas que hicieron brincar de gozo á los alegres compadres. Velázquez y María-Manuela, sofocados por el calor, se habían acercado á la ventana y respiraban la brisa frente á la bóveda estrellada del cielo.

Á fuerza de palos, ¡puño! ¿Cuándo me has visto brincar atrás ó esconder el cuerpo al empezar la bulla? Al empezar no, pero al concluir te han visto muchos entre los pellejos de vino ó detrás de las sayas de las mujeres. ¡Mientes, puño! ¡Mientes con toda la boca! El día del Obellayo si no es por , que di la cara á Firmo, os llevan los de Rivota de cabeza al río.

En su infancia, prolongada por la inocencia y la radiante salud, no cabían más placeres que correr por las alamedas que a León rodean, brincar con regocijo, cual pudiera adolescente ninfa retozando por los valles helenos.

He dicho que no quiero la vida, no la quiero: quédense ustedes con ella, y divertirse; prefiero ser comido de gusanos y no que la miseria me devore... Yo creo que la fría impresión del revólver sobre la sien, me dura todavía, y es por eso que el valor me abandona; siento el peso del arma en el bolsillo, y la sangre se me hiela, ¡soy un cobarde! pues no, no lo soy y he de probarlo... En lugar de apuntarme a la cabeza, me apuntaré al corazón: así, la muerte vendrá más pronto; ya te enseñaré a no brincar como ahora, saltarín de los demonios.

¡Ah! rugió más que dijo. Y al decir esto, dió un puntapié al retrato, que cayó al suelo con estrépito. En seguida se puso a brincar sobre él los dientes apretados, los ojos inyectados en sangre, con una de esas cóleras fragorosas de los hombres fuertes y pacíficos. La tela quedó al instante hecha pedazos.

Tomé la resolución de salir inmediatamente, porque la puerta estaba libre. Al llegar al medio del portal, me dieron un fuerte azote..... con la palma de la mano, y un grupo de cinco ó seis hombres me tapó al mismo tiempo la puerta. ¡Socorro! grité con voz apagada, retrocediendo de nuevo hacia la pared. Los hombres comenzaron á brincar delante de , gesticulando de modo extravagante.