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Lokman entonces hizo ocultar a Caleb entre unas mosquetas del jardín, y mandó que entrasen los dos curiosos, que para mayor maravilla del escondido, no eran otros que Catur y el señor Alicak.

La justicia, la sabiduría y la austeridad de costumbres allí presiden; ¿y qué será de ti si por ventura?... -Perdón, perdón, y mil veces perdón gritó Alicak ; perdón, repito, sol de la sabiduría, fuente de la doctrina, león contra el engaño, justo, sabio, valiente Caleb, dame los pies para los besar.

Los tres, al verse, prorrumpieron en un grito de admiración, conociendo el nuevo huésped en los dos viandantes a nuestros Caleb y Catur, y éstos en él al señor Alicak, célebre en sus primeros años por sus malicias y enredos.

Caleb, que, conociendo la condición maligna de Alicak, no le caía en gracia aquella pantomima burlesca, pensó ejercitar su humor moralista y severo, y así, con tono dogmático, le habló de este modo: Alicak, ya juzgué que tus inclinaciones al mal se hubieran debilitado, cuando no destruído de todo punto; por eso me aflijo al mirarte con tan poca enmienda, siendo así que donde vamos, tus artes te harán mucho mal y bien ninguno.

Y ¡cuánto mejor me fué el seguir los principios del justo que no la perversidad de Alicak! ¡Oh, buen Alá, qué dicha tan completa me espera!"

Catur renegaba porque le hubiesen interrumpido el oír sus propias alabanzas; Caleb predicaba contra la bestialidad del uno y la infamia del otro, y el señor Alicak en esto ponía bajo la corona de la cabalgadura del orador moralista, un sendo aguijón, que comenzó a lastimar el asno, y éste a brincar, y el jinete a castigarle, y los otros a gritarle como fiera en coso; lo cierto es que a poca pieza del camino Caleb se derrumbó sobre un prado de ortigas, donde no lo hubiera pasado del todo mal si Catur, sobreviniendo allí, no le hubiera sacudido cuatro topetadas con su testa maciza, y si el señor Alicak, después de desnudarle para que mejor sintiera el halago de la alfombra donde reposaba, no le hubiese aliviado de los zequíes y doblas zahenes que llevaba.

Y luego, volviéndose al señor Alicak, añadió, mirándole con miedo a la frente: ", ser afortunado, retírate a tu casa y nada más." Catur y Alicak, oyendo estas palabras, se retiraron alegres, echando antes el primero una mirada de antojo al vergel, y el segundo una mirada de codicia a los anillos de oro y piedras preciosas que tenía Lokman en la mano.

La historia no dice si se llegó o no a saber la clave de estas dos misteriosas palabras; pero se sabe, y consta por las crónicas de aquel tiempo, que Catur y el señor Alicak llegaron al estado prometido por Lokman, siendo al propio tiempo nombrados visires por el Califa.

Alicak saltó de su cabalgadura así como reparó en Catur, y aferrándose de la estribera siniestra, en actitud humilde y con eco melifluo, le dijo: ¡Oh, mi caro, mi antiguo y único amigo, y oh, mi irremediable futuro e indefectible apoyo y favorecedor!

El sabio, instruído de la demanda de entrambos, se acercó primero a Catur y luego al señor Alicak, leyéndoles, y observándoles la faz a cada cual con escrupulosidad nimia, y de pronto, postrándose ante los dos al uso oriental, exclamó: "¡Oh, poderoso Alá, tus juicios son insondables! Pero fuerza es adorar tu obra."