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Pero, escuche dijo al ver que la tartana ya se hundía ; he querido reservarle una sorpresa; tengo la certeza de que ha muerto, porque yo mismo lo he derribado al suelo y lo he agarrotado. ¡! dijo Massareo con aire de incredulidad. ¡Yo! contestó Santiago con un impudor inconcebible.

En cuanto al resto de la tripulación, los marineros del brick los habían agarrotado para que no les estorbasen en sus operaciones. La entrada del local, donde estaba depositado el dinero de don Carlos, se encontraba bajo la estera que cubría el piso. De modo que Kernok se vio obligado a pasar por la habitación donde yacían los restos sangrientos de los dos esposos.

Sumido en su tristeza, agarrotado por la tranquilidad que ahora le rodeaba y que temía romper, débil y sin voluntad, encontraba un consuelo pensando que la solución preparada por su madre era la mejor. Su amistad con Leonora se había roto para siempre.

Se izaron las velas, se puso el Flash en rumbo al puerto, y cayó su piloto, no en su embriagadora obsesión de costumbre en casos tales, sino en las garras crueles de sus amargos pensamientos. Volaba el yacht cargado de lonas, arrollando garranchos y carneros, saltando como un corzo de cresta en cresta y de seno en seno, circuido de espumas hervorosas, juguetón, ufano... ¿Y para qué tanta ufanía y tanta presteza? Para tortura del pobre mozo, que veía en la llegada al puerto la caída en un abismo sin salida para él... Mirárase el caso por donde se mirara, siempre resultaba el mismo delincuente, el mismo responsable: él, y nadie más que él fue débil complaciendo a Nieves, sin consentimiento de su padre, en un antojo tan serio, tan grave, como el de salir a la mar a hurtadillas y con, el tiempo medido; fue un mentecato, un majadero, haciendo valentías en ella, sin considerar bastante los riesgos que corría el tesoro que llevaba a su lado; fue un irracional, un bárbaro, rematando sus majaderías con la bestialidad que produjo el espantoso accidente... No lo había dicho en broma, no: merecía ser entregado por la Guardia civil a los tribunales de justicia, y agarrotado después en la plaza pública, y execrado hasta la consumación de los siglos en la memoria de don Alejandro Bermúdez y todos sus descendientes. Y si don Alejandro Bermúdez y la justicia humana no lo consideraban así, ni el uno ni la otra tenían sentido común ni idea de lo justo y de lo injusto... ¡Que Nieves vivía! ¡Y qué, si vivía de milagro, como había dicho muy bien la infeliz? Su caída había sido de muerte, con el andar que llevaba el barco; y en esta cuenta se había arrojado él al mar... Si se obraba el milagro después, bien; y si no se obraba... ¿qué derecho tenía él a vivir pereciendo ella, ni para qué quería la vida aunque se la dejaran de misericordia? Esto no era rebelarse contra las leyes de Dios; era sacrificarse a un deber de caridad, de conciencia, de honor y de justicia.

Ahí está, bien agarrotado. Vos dispondréis de él, señor barón. Ahórcalo sin tardanza. Hice el voto y hay que cumplirlo. Pero cuélgalo de una verga de su propio barco, que tal fué mi promesa. Cabeza Negra, aunque herido y con un brazo roto, se había mantenido de pie junto á la borda, entre dos arqueros. Al oir las palabras del barón se estremeció y su rostro se contrajo violentamente.

Yo no por qué el genio en Francia me recuerda siempre la fábula de Gulliver y de Liliput. Si él aparece, se le huye; si se duerme, se le montan encima, y cuando despierta, se encuentra agarrotado por los enanos. Lo que hay de cierto, es que este espíritu de creación nos era propio.

Daba pena verle, cuando le daba el ataque, todo encendido, agarrotado y sin aliento, como si estuviese a punto de perder la vida en aquel mismo instante... Pero su mamá carecía de recursos para el viaje, de lo que recibía grandísima pena.

Mientras beben champaña, los dos capitanes evocan las miserias de su retirada hace unos meses; la lucha con él hambre y el frío; las batallas en la nieve, uno contra diez; el éxodo de las multitudes, personas y animales en pavorosa confusión, al mismo tiempo que á la cola de la columna crepitan incesantemente fusiles y ametralladoras; los pueblos que arden; los heridos y rezagados aullando entre llamas; las mujeres con el vientre abierto, viendo en su agonía una espiral de cuervos que descienden ávidos; la marcha del octogenario rey Pedro, sin más apoyo que una rama nudosa, agarrotado por el reumatismo, y continuando su calvario á través de los blancos desfiladeros, encorvado, silencioso, desafiando al destino como un monarca shakespiriano.