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Nos despedimos de nuestros subterráneos compañeros, no sin haber dado un napoleon al conserje, y al mismo tiempo, que atravesamos la espléndida nave de Santa Genoveva, el brigadier me dice: ¿Qué le parece á usted? Es una cueva, le contesté; no es un Panteon. Son hoyos, no son tumbas. No nos preocupa la idea de la muerte, sino la idea de un cautiverio.

La portera no reconoció a mi mujer, y esta tampoco le dijo quién era, para mejor gozar de la sorpresa de las monjas. Atravesamos un largo portalón toscamente empedrado, las paredes enjalbegadas y algunas cruces negras pintadas en ellas de trecho en trecho.

Bajamos, guiados por ella, a la planta baja; atravesamos un patio, abrió un criado una puertecita verde, y entramos en un recinto semejante a una gruta. La atmósfera estaba impregnada de humedad. Escuchábase el rumor del agua, pero no la veíamos porque estaba oscuro.

Sólo ella es capaz de tanta rabia dijo Alejandro contemplando con ira el arco y levantando el puño en señal de amenaza. Atravesamos la plaza y descendimos al Bajo por la calle de Rivadavia. Una inmensa turba, compuesta de gente de todas menas, llenaba la vereda y la calle, y se agolpaba contra la baranda de hierro de la muralla que da sobre el río. Todos miraban el horizonte.

Atravesamos todo el corredor, risueño con la luz matinal y el perfume de las plantas que allí había; bajamos escaleras, recorrimos pasillos, y, por fin, Antonio abrió una pequeña puerta, que, al girar en sus goznes, dejó escapar un fuerte olor a papel y badana viejos. En seguida comprendí que era el archivo de la casa.

El capitán renegaba; se trataba de un viaje larguísimo y sin resultado pecuniario alguno. Tardamos cuatro meses en llegar al estrecho de la Sonda. Lo atravesamos, y llegamos a Batavia. Entonces, no si ahora pasará lo mismo, la gente se moría en aquellos parajes como chinches. Nosotros tuvimos en la tripulación varias defunciones por fiebres.

Quien se admire de esto, ni ha amado nunca ni sabe lo que es amor. A riesgo de parecer grosero, alejeme de Joaquinita. Su compañía en aquel momento podía echar a perder un fausto suceso que veía en lontananza. Atravesamos de nuevo el pueblo, y salimos por la parte del Sur a las huertas y jardines que lo circundan.

Llegamos al Banco, atravesamos unos pasillos, penetramos en el salon donde se paga ... ¡Santísimo Sacramento! ¡Esto no es un Banco; esto es un mar de oro. Pero perdóname, lector: me es imposible terminar hoy la larga reseña de este día. Encomendándome á tu indulgencia, te envio á mañana. Día vigésimo segundo Banco de Francia. Consideraciones. Comida, Ocurrencia graciosa de un menestral.

Necesitaba, pues, emprender la marcha inmediatamente para recorrer lo más pronto posible tan largo proyecto. Esperé dos días más para reponerme, y al fin, acompañado de un marinero que llevaba el mismo camino, me puse en marcha hacia Sanlúcar. En la mañana del 27 recuerdo que atravesamos el río, y luego seguimos nuestro viaje a pie sin abandonar la costa.

Salimos del templo, atravesamos la plaza, cruzamos luego por San Sulpicio, y á los cuatro minutos nos vemos en el muelle de Voltaire. Pasamos uno de los puentes, y véanos el lector en la otra orilla del Sena, en el momento en que uno de los vapores que van á Versalles se dispone para partir. La orilla del río presenta un espectáculo animado, extraño, pintoresco, delicioso.