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Actualizado: 8 de junio de 2025
Marchamos de mañana: dejando el rio de los Sauces, atravesamos la sierra para el SE; y caminando á dicho rumbo por entre unas breñas y cerrillos con mucho trabajo, llegamos á salir á la pampa que yace del otro lado de dicha sierra, llegando á las cinco de la tarde á un arroyo en donde paramos; habiendo caminado este dia como 12 leguas, quedando á nuestra retaguardia otro arroyo á distancia de cinco leguas, y muchos médanos que se hallan poblados de chañares y algunos árboles de piquillin.
Recorrió en seguida con la vista el fúnebre lujo de la sala, en que la lámpara ardía con alta luz, y contrajo ligeramente el ceño. Aquí no agregó. Salimos juntos, pesados aún de alucinación, y atravesamos la casa resonante, pieza tras pieza. Al fin ella se apoyó contra una puerta y cerró los ojos. Cayó a lo largo de la pared. Volví el arma contra mí mismo, y me maté a mi vez.
Henos en Calais; aquel mar infame, que en 1870, en una larga travesía entre Dover y Ostende, me hizo conocer por primera y última vez el mareo, parece un lago de la Suiza. Piloteo a mis amigos del tren, atravesamos el canal en hora y tres cuartos, sobre un soberbio vapor, y tomamos de nuevo el tren en Dover.
Esa doble presencia era inadmisible. La identidad de la americana estaba establecida con claridad y, sin embargo, era la viva imagen de la desgraciada cuya muerte expiaba Jacobo. Una fuerza más poderosa que el razonamiento, que la verosimilitud y que la cordura me oprimía el pensamiento y me repetía á pesar de todo: "Es Lea Peralli". Salimos del palco y atravesamos el pasillo del vasto teatro.
Después que pasamos el puente, volvimos a orillar una nueva muralla rocallosa que había a la derecha, atravesamos luego un túnel largo y angosto, y al fin salimos a otro espacio abierto, cuyas dimensiones tampoco nos fue posible calcular. El monje colocó entonces su linterna en un nicho, en cuyo seno había varias velas puestas sobre toscas tablas y aseguradas entre tres clavos.
La tripulación estaba aniquilada, los marineros trabajaban como febricitantes; yo temía que, de descansar, se apoderara de ellos la atonía y pereciéramos todos en aquellos parajes inhospitalarios. Con tiempos horribles y borrascas salimos de la bahía de Nassau, atravesamos el Estrecho de Le Maire; y en medio de una tormenta de nieve llegamos al puerto Cook de la isla de los Estados.
Despues de mucho discurrir al azar, oliendo donde se guisa, atravesamos una de las galerías del Palacio Real, y en un bazar de porcelana hemos visto un juego de platos, que perteneció á Luis Felipe. Acerca de la autenticidad no hay duda alguna, puesto que los platos son de lo mejor que se hace en la famosa fábrica de Sevres, y tiene en el fondo la corona y nombre de Luis Felipe.
Atravesamos la barra dando terribles bandazos, íbamos escalando una tras otra aquellas montañas de agua y bajando después a los profundos abismos. La obscuridad era tan grande que no se veía por encima de la borda mas que la espuma de las olas, que fosforecía en las tinieblas. Hice un esfuerzo para volverme y mirar hacia el frente.
Hombres y caballos se hunden; pero yo salgo sano y salvo. ENRIQUE. ¿Qué tienes? ELSA. Nada. Me había parecido oír algo. Decías que un río te había atajado el camino... ENRIQUE. Luego, unos hombres nos atacan. Una batalla sangrienta sobreviene; pero logramos abrirnos paso. ELSA. ¿Y después? ENRIQUE. Atravesamos una ciudad ardiendo. Creo que nunca voy a salir de ella.
He estado aquí dos días, y vuelvo a partir esta noche a pesar mío. El campo es delicioso en este tiempo; yo estoy siempre alegre en la época que atravesamos; alegre he dicho, ¡quién sabe si algún grave pesar moral mata mi dicha! A bien que existen pocos pesares y sufrimientos que los deliciosos hechizos de la Naturaleza no consigan hacer olvidar. Dice Mme.
Palabra del Dia
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