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Tambien pegaron fuego al pueblo, pero la gran lluvia que cayó esta noche apagó el incendio, quemándose toda la casa de los PP., mas no la iglesia, á la que perdonaron las llamas, dudándose si atajado por el Santo Patrono San Miguel, ó por sus altos paredones de piedra. Entretanto, los PP., con toda la gente del pueblo, pasaron la noche muy lluviosa en el campo, sin tiendas.

Era este joven hijo de aquél que había jurado beberse la sangre del siervo de Dios, si el cielo con la muerte no le hubiese atajado los deseos.

La necesidad de acudir a cada paso con expedientes a restañar las heridas del crédito, a conjurar la bancarrota, había convertido el espíritu de aquella loca al positivismo vulgar, y había atajado las demasías eróticas de su fantasía juvenil. Hacía muy buena casada, en opinión de las gentes; esto es, atendía con gran esmero y diligencia a la hacienda y a los quehaceres domésticos.

Con esta providencia he atajado, cuando no todas, mucha parte de las injusticias que hacían, y he dado una regular forma al gobierno económico de los pueblos y a la armonía que debe haber entre el corregidor, cabildo y administrador de cada establecimiento.

Simoun contaba que había sido atajado por una banda de tulisanes quienes, despues de agasajarle por un día le dejaron seguir el viaje sin exigirle más rescate que sus dos magníficos revólvers Smith y las dos cajas de cartuchos que consigo llevaba. Añadía que los tulisanes le habían encargado muchas memorias para su Excelencia, el Capitan General.

Era su color el de las momias, un color terroso tirando a rojo; su actitud la del movimiento febril sorprendido y atajado por la muerte. Parecía la petrificación de una orgía de gigantescos demonios; y sus manotadas, los burlones movimientos de sus desproporcionadas cabezas habían quedado fijos como las inalterables actitudes de la escultura.

Don Pedro Miranda quedó viendo visiones con la visita de Peña y don Feliciano. Dijo que no recordaba... que él no tenía agravio alguno de don Rudesindo... al contrario. Pero Peña le había atajado, diciéndole: Bueno, don Pedro. No podemos escuchar eso. Nombre usted dos personas que se entiendan con nosotros. El atribulado propietario nombró a Gabino Maza y Delaunay por representantes.

No, Cupido del demonio: fuera guitarras. ¡Qué cosas se te ocurren! Lo que importa es prestar auxilio a esas señoras. Ya ves, ¡si ocurriera una desgracia!... El barbero, atajado en su proyecto novelesco fijó sus ojos en Rafael. te interesas también por la ilustre artista... ¡Ah pillo! También te ha dado golpe por guapa... Pero ya recuerdo; la has visto: me lo dijo ella.

Hombres y caballos se hunden; pero yo salgo sano y salvo. ENRIQUE. ¿Qué tienes? ELSA. Nada. Me había parecido oír algo. Decías que un río te había atajado el camino... ENRIQUE. Luego, unos hombres nos atacan. Una batalla sangrienta sobreviene; pero logramos abrirnos paso. ELSA. ¿Y después? ENRIQUE. Atravesamos una ciudad ardiendo. Creo que nunca voy a salir de ella.

Don Pedro, que continuaba sus diarias visitas para consolar á la madre, hablando del pobre Esteban como si hubiese sido hijo suyo y dedicando serviles sonrisas al capitán, se vió atajado por éste una tarde en el rellano de la escalera. El marino envejeció de pronto al hablar, acentuándose sus rasgos fisonómicos con una vigorosa fealdad. Se parecía en aquel momento á su tío el Tritón.