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Actualizado: 8 de junio de 2025


Estamos en la ciudad, en una de sus calles principales y frente a un portal no muy limpio, pero muy espacioso; subimos el primer tramo de la ancha escalera que de él arranca; atravesamos, sin detenernos, la puerta del entresuelo, en la cual se lee, sobre bruñida chapa metálica, el siguiente letrero: SIMÓN C. DE LOS PE

Y andamos, cruzamos un río, nos detenemos un momento en una estación, volvemos a ponernos en camino, atravesamos de nuevo el mismo río sobre otro puente. La francesita, atónita, se estrecha contra el marido, que a su vez tiene la fisonomía inquieta y preocupada.

El joven doctor tragó saliva lastimosamente, pero Blanca, reaccionando con generosidad en su favor, le dijo: Pasearemos esta mazurka, y señaló la pieza perdida en el epílogo del programa que comenzaba. Seguimos con Blanca; paseamos la pausa y atravesamos el gran salón, en dirección al salón punzó de la calle Victoria.

La gran sala que atravesamos tenía abiertas de par en par las tres puertas de su inmenso balcón; el sol entraba ya por ellas, iluminando todo el larguísimo y espacioso carrejo que terminaba en la escalera; se oía el cuchareteo y hervor de la cocina que empezaba á animarse por la solemnidad del día, y se respiraba en toda la casa un ambiente especial, una atmósfera pura y embalsamada, que sólo se respira en el campo de la Montaña en las madrugadas de verano, al secar el sol el fresco rocío sobre las flores de las praderas.

Y á la verdad, cada vez que atravesamos una frontera, oyendo hablar una nueva lengua, observando otra expresion en las fisonomías, deteniéndonos en las diferencias de trajes, un estudio agradable y provechoso comienza para nosotros, que con placer pretendemos conocer las dotes fisonómicas y particulares á cada una de esas grandes familias que se llaman naciones.

Hay situaciones verdaderamente oportunas, como aquella en que un marido ve á su mujer dentro del miriñaque, y suponiendo que no podria oirle á la distancia que el miriñaque hacia necesaria, la está hablando con una bocina. Salimos del pasaje, atravesamos luego la plaza de la Bolsa, y á los pocos momentos entrábamos en el Establecimiento de caldo, calle de Montmartre, número 43.

Al hablar de la Bolsa dije que ni las piedras están á salvo del genio francés; ahora debo añadir que no está seguro ni el polvo del que ha muerto hace muchos siglos. Atravesamos un pasillo oscuro, muy oscuro, tenebroso. Aquí principia á ser esto Panteon. El Panteon principia en donde el Panteon concluye. Despues entramos en una gruta, en donde se percibe confusamente alguna claridad.

Un ómnibus inmenso nos lleva desde la estacion del ferro-carril á no qué calle. En este momento atravesamos uno de los más dilatados y concurridos bulevares que surcan esta gran capital. Por la izquierda se descubre un magnífico paseo; por la derecha se descubren instantáneamente varias arcadas de los puentes que decoran el rio.

Bajamos por la costa de África a buscar los vientos alisios, atravesamos las calmas ecuatoriales y paramos en Cabo Verde. Continuamos hacia el sur, hasta hallar los vientos del oeste y poder cortar las calmas del trópico de Capricornio; doblamos el Cabo y fuimos dando una gran vuelta por el mar de las Indias, en dirección del estrecho de la Sonda.

Pero atravesamos, por el contrario, un ancho trozo de bosque lleno de quintas con sus jardines floridos, sobre los que notaba el tibio perfume de las resedas, de los heliotropos y de las rosas. El paseo era delicioso, a pesar del peso del cesto, que nos aserraba el brazo a Gerardo y a , torpes para llevarlo a causa de nuestra inexperiencia.

Palabra del Dia

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