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Al mismo orden de ideas populares pertenecen las leyendas de los guerreros ó profetas que, durante siglos enteros, esperan un día grande ocultos en alguna gruta profunda de la montaña. Tal es el mito de aquel emperador alemán que meditaba, apoyado en una mesa de piedra y cuya blanca barba, sin cesar de crecer, se había arraigado en la roca.

La luz, que tamizaban esmaltadas vidrieras, llegaba lánguida, medido el paso por una inalterable igualdad, y se diluía, como copo de nieve que invade un nido tibio, en la calma de un ambiente celeste. Nunca reinó tan honda paz; ni en oceánica gruta, ni en soledad nemorosa.

La caverna, de la cual se escapa el torrente, cambia diariamente de forma según los derrumbamientos ó la fundición del hielo: no obstante, es fácil penetrar á cierta distancia en la gruta y admirar sus estalactitas, sus paredes translúcidas, su azulada luz, sus cambiantes reflejos.

Un pensamiento instantáneo acaba de cruzar por su mente. Sube al escabel, descuelga los viejos vestidos y las botas que penden de lo alto de la gruta. Un bolsillo de monedas suena en los gregüescos. Cuando hubo cambiado el sayal por aquellas ropas de otro tiempo y ceñido la espada, salió de la cueva y se puso a errar en la noche.

Salidos de la gruta para ir en busca de caza, arrastrábanse por entre las hierbas y raíces para sorprender su presa, y luchaban cuerpo á cuerpo con las más feroces bestias; á veces tenían que luchar con otros hombres, fuertes y ágiles como ellos; durante la noche, temiendo la sorpresa, vigilaban la entrada de la caverna, para lanzar él grito de alarma en cuanto advirtieran la presencia de un enemigo y tener tiempo suficiente para que las familias pudieran esconderse en el dédalo de las galerías superiores.

Al hablar de la Bolsa dije que ni las piedras están á salvo del genio francés; ahora debo añadir que no está seguro ni el polvo del que ha muerto hace muchos siglos. Atravesamos un pasillo oscuro, muy oscuro, tenebroso. Aquí principia á ser esto Panteon. El Panteon principia en donde el Panteon concluye. Despues entramos en una gruta, en donde se percibe confusamente alguna claridad.

La gruta de donde sale el arroyo no está lejos del confluente; apenas se han andado algunos pasos, cuando se ve ya, por entre las ramas que se cruzan, la puerta grande y negra que da acceso al templo subterráneo.

En último caso, aprovechando la marea baja, podía ir avanzando por las rocas, nadar hasta la gruta del Izarra, y salir, como en la infancia salimos Recalde y yo; pero el viaje era peligroso, y, además, no me hacía ninguna gracia la perspectiva de entrar solo en aquel agujero. Lo mejor era tener paciencia. Mi madre habría dado parte de mi desaparición.

El Cachalote, abandonado ya, lleno de agua, comenzó a marchar hacia el fondo de la gruta, dió en una piedra y se hundió rápidamente. Yo me adelanté unos metros. La cornisa en donde estábamos se continuaba siempre con aquel tronco de árbol carcomido en el borde. Vamos a ver si de aquí se puede salir a algún lado dije yo. Vamos repitió Recalde, tembloroso.

Estos se ampliaron en un gran trozo que se exornó convenientemente, construyéndose más tarde una gruta artificial, y poco antes de la citada fecha trasladáronse allí no pocos bustos y estatuas de mármol, que estaban repartidas en algunos paseos del interior de la ciudad, como el del Museo, en cuyo centro se alzaba la fuente que corona la estatua del robusto niño, de belleza un tanto grotesca, á quien el vulgo conoce por el niño del caracol.