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En fin: un tomo entero no bastaría para reseñar todo lo que hay que ver en Toledo, desde que se la descubre, escalonada en aquella especie de erguida península, ó corpulento promontorio ceñido por el profundo Tajo, y se comienza á subir la áspera cuesta, y se pasa el venerable Puente de Alcántara, y se penetra por la histórica y bellísima Puerta de Visagra, hasta que se recorre aquel dédalo de torcidas calles arábigas, y se baja por el lado opuesto, y se vuelve á salir al campo por el Puente de San Martín.

Los tres mayores prodigios. Idem 21 de mayo 1691. Triunfos de amor y fortuna. Idem 26 de julio 1691. Icaro y Dedalo. Idem día de Santa Ana 1693. Psiquis y Cupido. Idem 6 de noviembre 1695. La estatua de Prometeo. Idem 26 de julio 1695. La fuente del desengaño. Idem 28 de diciembre 1695. Amor procede de amor. El 26 de julio 1697. También sin envidia hay celos. Idem 28 de octubre 1697.

11 La gran comedia de Ícaro y Dédalo, de D. Melchor Fernández de León. Págs. CAPÍTULO XII. Clasificación de las comedias de Lope, y crítica particular de algunas. El conde Fernán González. El casamiento en la muerte. Las doncellas de Simancas. Los Benavides. El Príncipe despeñado. 7 CAPÍTULO XIII. La inocente sangre. La judía de Toledo. Los novios de Hornachuelos.

Y corrían los meses y la causa iba con pies de plomo, y el pobre diablo se encontraba metido en un dédalo de acusaciones, y el fiscal veía pruebas clarísimas en donde todos hallaban el caos, y el juez vacilaba, para dar sentencia, entre horca y presidio. Pero la Providencia que vela por los inocentes, tiene resortes misteriosos para hacer la luz sobre el crimen.

¿Y «El Dédalo»? Su artículo me enseña un artículo, muy bien escrito, de «Zeda». El ilustrado crítico de La Epoca, pregunta: «¿Resuelve ó no resuelve el divorcio los conflictos matrimoniales? Este es el problema que plantea Hervieu en su «Dédalo». Hervieu sonríe. No me he propuesto exponer nada dice, ni resolver nada.

Más allá de su salón existían un sinnúmero de habitaciones algo destartaladas y sin muebles; un dédalo de tabiques y pasillos en el que se perdía el capitán, teniendo que apelar al auxilio de Freya. Todas las puertas del rellano de la escalera, que parecían sin relación con la mampara verde de la oficina, eran otras tantas salidas de la misma vivienda.

Espiaban desde allí las entradas y salidas de los pasajeros. Seguían con mirada de admiración la marcha rítmica de las señoras que surgían de las pequeñas viviendas para perderse en un dédalo de calles alfombradas, ascendiendo a los pisos altos del buque, que ninguno de ellos había alcanzado a ver, y de los que llegaban rumores de músicas y fiestas.

Entró en la Universidad por la gran puerta de honor; dejó en un patio su vehículo, amenazando con los más tremendos castigos á los tres caballos-hombres enganchados á él si no eran prudentes y osaban moverse de allí. Siguiendo un dédalo de galerías y pasadizos, únicamente conocidos por los amigos íntimos de Momaren, llegó al pequeño palacio habitado por el Padre de los Maestros.

Había llegado el momento de dar fin a la eterna zarabanda, a la interminable clasificación, a los nuevos arreglos que tenían en perpetuo movimiento las obras artísticas, desorientando al público y haciéndole vagar de uno a otro salón como en un dédalo. Al primero que moviese de su sitio un cuadro o una estatua, un tiro en la cabeza: he dicho.

Cantaba o recitaba mil antiguas leyendas en verso de las edades divinas, de héroes y semidioses: de la venida de Europa a su isla, del furor amoroso de Pasifae y del triunfo y de la perfidia de Teseo. Y bailaba aún, según ella aseguraba, la misma ingeniosa danza que Dédalo compuso para la princesa Ariadna de las trenzas de oro.