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Entonces sospechaba si sería don Rodrigo el que había procurado al rey el conocimiento de aquellos pasadizos, y si sería también él quien, en medio de las tinieblas, la había amenazado con publicar sus secretos, si no guardaba un profundo silencio acerca de los singulares sucesos de aquella noche.

Pues ello es necesario que se os ocurra, señora mía insistió el rey con un tanto de aspereza ; preciso... yo no contaba con encontrar á nadie, porque el papel que me han dejado decía... ¡Ah! ¡el papel que han dejado á vuestra majestad...! ¡Qué! ¿no os he contado...? Vuestra majestad me ha dicho... Que no sabía nada acerca de estos pasadizos, y eso es muy cierto.

Eso digo yo: en nuestro alcázar tenemos entradas y salidas que no conocemos; de modo que si algún miserable como Ravaillac conoce estos pasadizos, estamos expuestos á morir de la muerte del rey de Francia. En España no hay regicidas, señor: además, vuestra majestad es un rey justo y bueno y no tiene enemigos. Dicen que Enrique IV era un buen rey. Pero hereje...

El maestresala, vestido como un gentilhombre flamenco, comandaba a la servidumbre con signos casi imperceptibles. Al anochecer, de vuelta a sus casas, las visitas desfilaban entre doble hilera de lacayos apostados a lo largo de los pasadizos, hasta la puerta de la calle, cada cual con un hacha de cera encendida. Gastábase tanta luminaria como en la Iglesia Mayor. Todo era fastuoso y señoril.

Nada mas curioso que el espectáculo de las plazuelas y callejuelas de Toledo, durante la procesion del juéves santo. Aunque naturalmente se escogen para el paso del Cristo y de la Vírgen las calles ménos imposibles, el acompañamiento eclesiástico y popular tiene que pasar por las mas grandes crujidas para hallar salida por aquellos pendientes y endemoniados pasadizos al aire libre.

En arrimándome a la lumbrona de la cocina, ya tengo todo lo que necesito... Y si no, con verlo basta. Con lo que se levantó de la silla y rompió a andar el bendito de Dios, sin darme apenas tiempo para alumbrarle con la vela en lo más obscuro de los pasadizos. ¡Leer! ¡escribir!

Por medio de estrechos pasadizos se comunicaban las diversas y numerosas estancias que allí había. Unas eran cámaras sepulcrales, otras, viviendas de las personas consagradas al culto y a la custodia de aquellos sitios; y otras, más recónditas y de más difícil acceso, escondido depósito y tesoro de preciosos exvotos y de amontonadas ofrendas.

Si he dado importancia á éste es porque dice algunas verdades, y, sobre todo, porque ha producido un hecho. ¡Un hecho! Ciertamente: que yo conozca estos pasadizos. Pero continuemos, que se pasa el tiempo y esta cámara es tan fría... Inclinóse un tanto la duquesa, y sin dejar de alumbrar al rey, removió de nuevo el brasero.

Ya en lo alto de la escalera, que no era larga, entramos en el crucero de siempre, porque todas las casas pudientes de aquellas alturas, y aun las equivalentes de los valles bajos que he conocido después, parecen hechas por un mismo plano; sólo que en la de Robacío hallé una novedad que llamó muy agradablemente mi atención, y fue la de tener las paredes de todos los pasadizos literalmente cubiertas, de techo a suelo, con ristras de panojas, que, por estar abiertos puertas y balcones e inundada de sol toda la casa, resplandecían como tapices orientales bordados de oro y perlas.

Los marineros recorrían los sollados, los obscuros pasadizos, las bodegas, hasta los más apartados rincones, en busca de viajeros ocultos empujando a los fugitivos que pretendían evitarse esta operación.