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Actualizado: 6 de junio de 2025


¡Cómo, señor! ¿pesa á vuestra majestad haberme encontrado? No me pesaría si no fuéseis tan amiga de Lerma, ó si Lerma no creyera que la reina le quiere mal, aunque en ese caso, para nada necesitaba yo de pasadizos. Pero, señor, para , vuestra majestad, después de Dios, es lo primero. , , lo creo... pero... estoy seguro de que... me opondréis dificultades. ¡Dificultades! ¡á qué!

PANTOJA. No, no: yo iré... No me fío de nadie... Quiero vigilar todos los patios, todos los pasadizos y rincones del edificio. DOROTEA. ¿Qué?... Nada, señor... Es aprensión. PANTOJA. Creí sentir rumor de voces... golpes en alguna puerta lejana. DOROTEA. ¿Hacia qué parte? PANTOJA. Hacia la Enfermería. ¡Oh, no tengo tranquilidad! Se va presuroso, muy inquieto, por el foro derecha.

Nunca, que yo sepa, se ha cerrado á vuestra majestad la puerta de la cámara de su majestad, ni yo, como camarera mayor, lo hubiera permitido. ; pero yo creo que las paredes de la cámara de la reina oyen. Podrá suceder respondió la duquesa con intención , si las paredes de la cámara de su majestad tienen pasadizos como ese. Y la duquesa señaló la puerta secreta que había quedado abierta.

Desde luego afirmo que estos hermosos fines no han de lograrse en ciertos colegios ni en parte alguna donde la distinguida y mal acostumbrada educanda viva «a uso de tropa». De este modo se aprende todo, si se aprende algo, como el soldado la táctica y las leyes penales: maquinalmente y a la fuerza; y no se toma amor, sino miedo y repugnancia, a las tareas y al cuartel mismo, con sus largos y desnudos pasadizos, sus enfilados dormitorios, sus lechos de contrata, sus vigilantes antipáticos y su refectorio mal oliente.

Visto de cerca don Pedro Nolasco y a la luz del día, me pareció mucho más grande y más feo que en la cocina de mi tío, a la luz de la fogata y del candil: mejor que de un ser racional, la piel de su cara, por su aspereza y por su color agrisado, parecía de coloso paquidermo; sus ojos reventones, resultaban verdes con ramajos encarnados; la cabeza descomunal, apenas le cabía entre los hombros hercúleos, y todo su conjunto, con lo grasiento del vestido que le envolvía, se destacaba brutalmente sobre las blanquísimas paredes del salón en que fuimos recibidos; salón viejo, eso , con suelo y viguetería de castaño casi negro, como los muebles que contenía; pero limpio todo y sobado hasta relucir, con algunas chucherías sobre la cómoda y en las paredes, que denunciaban la pulcritud y las delicadezas de una mujer como la que acababa de despedirse de nosotros en el crucero de los pasadizos.

Echó a andar por la sombra de una tapia, cruzó dos o tres calles, atravesó una plaza, y metiéndose por pasadizos y solares, para acortar distancias, vino a desembocar en un paseo de olmos, jigantescos, cuyo ramaje se entrelazaba formando bóveda de sombra, bajo la cual, le esperaba, sentada en un tronco derribado, una mujer joven, limpia y graciosa, que tenía delante una cesta, al lado un perro, y en el regazo un niño.

Después de cruzar salas y pasadizos llegó al salón claro, como se llamaba en Palacio el que destinaba el Obispo a sus visitas particulares. Era un rectángulo de treinta pies de largo por veinte de ancho, de techo muy alto cargado de artesones platerescos de nogal obscuro.

Subían y bajaban escaleras; serpenteaban por intrincados corredores bajos de techo, angostos, con muros de acero, semejantes a los pasadizos de un acorazado. En un departamento las verduras y las flores; en otro las frutas: pirámides de manzanas y naranjas, racimos de plátanos, regimientos de piñas alineadas en los estantes como soldados barrigudos acorazados de cobre y con penachos verdes.

Compónese de un conjunto de construcciones homogéneas, ligadas entre , de modo que forman una sola manzana, pero divididas por callejuelitas iguales ó pasadizos, que se cortan en ángulos rectos, formando una especie de red de líneas regulares.

Pero ella cerraba ciertas puertas para que no pasase el humo; y decía señalando a los estrechos y obscuros pasadizos: Por ahí corran ustedes lo que quieran, loquillas, pero nadie me abra esa puerta. Toda su prodigalidad de señora que recibe de confianza, se reducía a entregar vestidos y pañuelos de estambre, todo viejo, para que los pollos de imaginación se disfrazasen de mujeres o de turcos.

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