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Bajan por unas gradas de piedra á una segunda sección del cementerio, escalonado en la montaña. En esta meseta sólo hay tumbas á ras del suelo, losas sepulcrales guardadas por un rectángulo de cadenas ó simplemente con orlas de flores. Un instinto estético parece influir en la parquedad de los ornamentos.

La vanidad de los vivos y no el dolor de los deudos es quien ese día adorna las tumbas con flores, cintas y coronas emblemáticas. ¿Qué se diría de nosotros? dicen los cariñosos parientes . Es preciso que los demás vean que gastamos lujo . Y encontré vanidad hasta en la muerte, dice el más sabio de los libros. Las losas sepulcrales son objeto de escarnio y difamación en esa romería.

Encontraba un tesoro inmenso, cientos de vasijas sepulcrales repletas de oro. Salvaba al ejército en una terrible sorpresa. Ganaba él mismo numerosas batallas. Era hecho Virrey... Al día siguiente un alguacil de la Santa Inquisición diole, en su propia mano, una cédula por la cual se le llamaba a testificar, por segunda vez, en el proceso de los moriscos.

Del lento y triste sonido cada toque, cada nota en el vago viento flota como doliente gemido, y de la noche en la calma el melancólico són, siente estremecida el alma cual solemne admonición. ¡Se desprenden esos dobles lúgubres y funerarios de los altos campanarios en fúnebre vibración; en esos dobles alienta algún espíritu irónico que a cada nota que zumba, con agrio gesto sardónico rueda implacable y derrumba y oprime con todo el peso de la piedra de una tumba el humano corazón! ¡Quienes tañen las campanas de los toques funerales no son pobres campaneros, no son sencillos mortales, son espectros sepulcrales! ¡Y es el Rey de los espectros quien toca con más tesón!

Según dejamos dicho, la iglesia estaba completamente desmantelada; en el altar mayor pendían aún de las altas cornisas los rotos jirones del velo con que le habían cubierto los religiosos al abandonar aquel recinto; diseminados por las naves veíanse algunos retablos adosados al muro, sin imágenes en las hornacinas; en el coro se dibujaban con un ribete de luz los extraños perfiles de la obscura sillería de alerce; en el pavimento, destrozado en varios puntos, distinguíanse aún anchas losas sepulcrales llenas de timbres, escudos y largas inscripciones góticas; y allá á lo lejos, en el fondo de las silenciosas capillas y á lo largo del crucero, se destacaban confusamente entre la obscuridad, semejantes á blancos é inmóviles fantasmas, las estatuas de piedra que, unas tendidas, otras de hinojos sobre el mármol de sus tumbas, parecían ser los únicos habitantes del ruinoso edificio.

Las grandes losas sepulcrales estaban curvadas por el tiempo y la lluvia, con las inscripciones borrosas; las plantas parásitas, creciendo entre las piezas de mármol, las hacían saltar, desuniéndolas con el impulso vital de sus raíces.

Por medio de estrechos pasadizos se comunicaban las diversas y numerosas estancias que allí había. Unas eran cámaras sepulcrales, otras, viviendas de las personas consagradas al culto y a la custodia de aquellos sitios; y otras, más recónditas y de más difícil acceso, escondido depósito y tesoro de preciosos exvotos y de amontonadas ofrendas.

Despues de la catedral son muy interesantes, entre los monumentos religiosos: la iglesia de San-Jacoto, que mide cerca de 100 metros de longitud y la mitad de anchura, notable por su abundancia de cuadros de pintura y monumentos sepulcrales magníficos, y su gran riqueza de mármoles y ornamentacion; la iglesia de San-Cárlos, construida por los Jesuitas á principios del siglo XVII, enteramente análoga á las del mismo orígen en otros países, notable por su magnífica torre y su excesivo lujo de ornamentacion ó aparato; la iglesia de San-Pablo, rica tambien por sus adornos y cuadros interiores, y curiosa por un patio que tiene al lado de su entrada lateral, donde está representado el Calvario por estatuas de piedra distribuidas en medio de rocas y escombros artificiales; en fin, la iglesia de San-Andres, notable solamente por su magnífico púlpito de madera esculpida, objeto en que sobresalen sin rival muchas de las iglesias de Bélgica.

El P. Camorra echó el cuerpo hácia atrás como si tuviese asco, el P. Salví la miró de cerca como si le atrajesen las cosas sepulcrales; el P. Irene sonreía con la sonrisa del inteligente; D. Custodio afectaba gravedad y desden, y Ben Zayb buscaba su espejo; allí debía estar, pues de espejos se trataba. ¡Como huele á cadaver! dijo una señora; ¡puff! Y se abanicó furiosamente.

La luna extendía por sobre el paisaje una luz mortuoria, de tumba; las paredes blanqueadas parecían lápidas sepulcrales; el silencio y la inmovilidad de la muerte estaban en el agua, en la tierra, en el cielo, en todo. Eran ya dos las sepulturas delante de las cuales iría a arrodillarse, o en las cuales su mano iría a depositar coronas. Pero ella no había sido aún enterrada.