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En un cuarto de hora, empleado en recorrer calles y plazuelas, don Álvaro hizo sentir al otro aquellos algos indefinidos del amor dosimétrico, que era la más alta idealidad a que llegaba el espíritu del Marquesito. «, todo aquello era puro. Se trataba de una mujer casada, es verdad; pero el amor ideal, el amor de las almas elegantes y escogidas no se para en barras.

La gloria no se consigue sino por el camino de la lealtad, sirviendo á Dios y al Rey. No hay más gloria que la que Dios da en su Paraíso, de la cual es simulacro é imperfecto remedo el culto que da en los altares el linaje humano á los escogidos de Dios. Además, la gloria en la tierra consiste en ser súbdito sumiso y obediente, no en vociferar por calles y plazuelas.

Se llamaban, como va dicho, Santa María y San Pedro; su historia anda escrita en los cronicones de la Reconquista, y gloriosamente se pudren poco a poco víctimas de la humedad y hechas polvo por los siglos. En rededor de Santa María y de San Pedro hay esparcidas, por callejones y plazuelas casas solariegas, cuya mayor gloria sería poder proclamarse contemporáneas de los ruinosos templos.

Kate lloraba desconsolada; Miss Buteffull se había puesto el sombrero y los guantes, como si esperase la orden de marchar. No hacía Currita aquellos alardes artísticos sentimentales a humo de pajas: la noticia había corrido en un segundo por los círculos políticos y aristocráticos de la corte, extendiéndose después por casinos y cafés, tiendas y plazuelas.

Las selvas umbrosas e impenetrables, llenas de colores y armonías que se admiran en las soledades de América, están representadas por las espesuras del Retiro y por los bosques de la plazuela de Oriente, de la plazuela de Santo Domingo y otras plazuelas menos conocidas.

Casi todas las calles de la Encimada eran estrechas, tortuosas, húmedas, sin sol; crecía en algunas la yerba; la limpieza de aquellas en que predominaba el vecindario noble o de tales pretensiones por lo menos, era triste, casi miserable, como la limpieza de las cocinas pobres de los hospicios; parecía que la escoba municipal y la escoba de la nobleza pulcra habían dejado en aquellas plazuelas y callejas las huellas que el cepillo deja en el paño raído.

Los chicos de las plazuelas, de la Caleta y la Viña, no querían que la ceremonia estuviese privada del honor de su asistencia, y arreglándose sus andrajos, emprendían con sus palitos al hombro el camino de la Isla, dándose aire de un ejército en marcha, y entre sus chillidos y bufidos y algazara se distinguía claramente el grito general: ¡A las Cortes, a las Cortes!

En las plazuelas y encrucijadas quedaban aun los negros tingladillos sobre los cuales frailes de todas las órdenes predicaran la víspera con elocuencia pavorosa; y en la Calle Ancha, en la Lencería, en la Lonja y en torno a la parroquia de San Vicente, fúnebres terciopelos y bayetones pendían de casi todas las ventanas, enlutando los muros.

Córdoba es un vasto laberinto de callejuelas estrechísimas, tortuosas, enredadas, tristes, desiertas, empedradas con guijarros y orilladas por casas pintorescas unas y cuajadas de balcones y celosías, otras desmanteladas ó como truncas; y un laberinto de plazuelas mezquinas é irregulares, de iglesias y conventos, de murallones y patios de aspecto desolado, rodeado de jardines y huertos, de escombros y cortijos.

Algunos ayes lastimeros se deslizaron entre el vocerío. Después sólo se veía una masa de gente en lúgubre cerco silencioso mirando al suelo. Tablas había tomado otra dirección. Por un momento el populacho se dividió. Los girones de aquella nube negra vagaron un rato por las calles de los Estudios, Toledo, plazuelas de San Millán y de la Cebada. Gran confusión reinaba.