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GUINDAS EN AGUARDIENTE. Se quita el palito a las guindas; se frotan con un paño y se meten en un frasco de boca ancha. Por cada kilo de guindas se ponen doscientos gramos de azúcar blanca, unos palitos de canela, y se llena el frasco de aguardiente seco de primera clase, de modo que queden las guindas bien cubiertas. Pasado un mes pueden servirse.

CANELA HELADA. Hágase hervir en un litro de agua una docena de palitos de canela, azucárese convenientemente y póngase a helar. HELADO DE VAINILLA. Se hace igual que el anterior, sustituyendo los palitos de canela con los de vainilla. HELADO DE GROSELLA. Se prepara y hace todo por el mismo procedimiento del de fresa.

Las dos niñas habían extendido la arena sobre el piso, y de trecho en trecho habían puesto diferentes palitos con cuerdas y trapos. Era el secadero de ropa de las Injurias, propiamente imitado.

¡Queridos hermanos en proyecto! comenzó gesticulando con los dos palitos de comer que usan los chinos. ¡Animal! ¡suelta el sípit que me has despeinado! dijo un vecino. «Llamado por vuestra eleccion á llenar el vacío que ha dejado en»... ¡Plagiario! le interrumpió Sandoval; ¡ese discurso es del presidente de nuestro Liceo!

Fortunata tenía la boca extraordinariamente amarga, cual si estuviera mascando palitos de quina. Al entrar en la parroquia sintió horrible miedo. Figurábase que su enemigo estaba escondido tras un pilar. Si sentía pasos, creía que eran los de él. La ceremonia verificose en la sacristía, y duró poco tiempo.

¡Toma un cuello, chicooó! díjole el vecino presentándole un cuello de gallina. «Hay un plato, señores, tesoro de un pueblo que es hoy fábula y ludibrio de la tierra, en donde han ido á meter su hambrienta cucharada los más grandes tragones de las regiones occidentales del globo...» señalando con sus palitos á Sandoval en lucha con una recalcitrante ala de gallina.

Los chicos de las plazuelas, de la Caleta y la Viña, no querían que la ceremonia estuviese privada del honor de su asistencia, y arreglándose sus andrajos, emprendían con sus palitos al hombro el camino de la Isla, dándose aire de un ejército en marcha, y entre sus chillidos y bufidos y algazara se distinguía claramente el grito general: ¡A las Cortes, a las Cortes!

En aquel momento cortó la interrogación la centésima vez que se le apagaba el tabaco, volvió la cabeza y en perfecto bicol sostuvo una conversación con su criado, conversación que sin duda debió versar sobre lo incombustible de la hoja, ó lo combustible del fósforo, pues tan pronto señalaba la escueta caja como estrujaba la mascada colilla que para llegar á tal estado había pasado por la llama de cien palitos.