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Los condes y caballeros de su comitiva recibieron tambien trages proporcionados á su calidad, y todos juntos salieron despues del alcázar con grande humildad y reconocimiento. Al pié del pabellon central donde se habia apeado le esperaba una nueva sorpresa: habia mandado el sultan que le dispusieran un caballo de regalo lujosamente enjaezado con silla y brida cuajadas de oro bruñido.

La noche en que se tuvo la noticia de la batalla, mi tía me sacó a caminar, para tomar lenguas, como ella decía. Las calles estaban cuajadas de gente. Corrían ya los rumores precursores de la gran noticia.

Ora cruza el visitante esas salas-mosáicos, encantadoras, que pertenecen al afeminado pero poético estilo oriental ó morisco, con sus techumbres cuajadas de filigranas, sus mil colores pintorescos, sus caprichos de inspiración, su regularidad de ejecucion, su voluptuoso refinamiento de combinaciones.

En la primera parte se ven: casas de menguado y repelente aspecto, calles sucias, tortuosas y estrechas, callejones sin salida, plazas de arcadas sombrías y arquitectura pesada y empírica, torreones góticos y monumentales, numerosas iglesias medio arruinadas pero venerables por sus bellas fachadas cuajadas de trabajos artísticos; miéntras que el aspecto de las gentes y el movimiento mesurado de todos los objetos en las calles y plazas revela la tenacidad de los hábitos, el abandono y la fria austeridad de las costumbres.

Las calles estaban cuajadas de gente; las luces de los faroles y las de los escaparates iluminaban las aceras y los rostros de los transeúntes que se detenían a mirar los objetos exhibidos. La villa entera salía en esta hora a gozar de las dulzuras de la civilización, que trasforma la noche en día, el silencio en ruido, la soledad en confusión y algazara.

Cuando enero se aproxima, sobre todo, los millares de naranjas esparcidas por las calles, todas esas cáscaras arrojadas en el barro del arroyo, hacen pensar en algún gigantesco árbol de Navidad que sacudiese sobre París sus ramas cuajadas de frutas artificiales. No hay rincón alguno donde no se vean.

Las once grandes puertas que conducen del patio á la mezquita estan abiertas: son once soberbios arcos ultra-semicirculares y dobles, todos en fila, sostenidos en esbeltas columnas de mármol que de cuatro en cuatro rodean á los recios machos de piedra en que se afirman, como lindas esclavas gemelas que dando la espalda al magestuoso diseño, se enlazan entre volteando dobles guirnaldas . Estas once puertas muestran á los que cruzan el atrio el interior del templo como en combustion, y á los que ocupan el templo les descubren los jardines del suspirado Eden, donde bullen las aguas y los rayos del sol por entre las verdes ramas cuajadas de pomas de oro.

Sostienen estos arcos torales una cúpula oval con su cornisa de mútulos y friso adornado de festones pendientes. Tanto la cúpula como las pechinas estan cuajadas de recuadros, medallones, festones, cartelas, y hasta estátuas de todo bulto. Dan luz á aquella ocho espaciosas lumbreras. El coro está decorado en su parte superior de una manera muy poco adecuada para un templo.

El primoroso alizar de alicatado que cubria el zócalo de este mágico aposento, su piso de ladrillo barnizado á la manera persiana, sus paredes cuajadas de estucos pintados de verde y rojo opaco, y á trechos dorados, haciendo un fondo de espeso y menudo ataurique cubierto con un enrejado de flores, sus arcos de lóbulos detenidamente calados y contornados con otros adornos, dan á esta capilla, perdida en el bosque de columnas de la inmensa mezquita, el aspecto de un cenador de apretado lúpulo y graciosas enredaderas, recortado por la mano de las péris en medio de una selva encantada .

Próximos á los eunucos esclavones estan los esclavos negros, lujosamente uniformados y cubiertos de armas resplandecientes: llevan túnicas blancas, yelmos sicilianos, y al brazo escudos de varios colores, y armas cuajadas de oro.