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BENITO. Esta ¡cuerpo del mundo! que es figura hermosa, apacible y reluciente. Sobrino Repollo, que sabes de achaque de castañetas, ayúdala y será la fiesta de cuatro capas. SOBRINO. Que me place, tío Benito Repollo. CAPACHO. ¡Toma mi abuelo, si es antiguo el baile de la Zarabanda y de la Chacona!

Tenía su cantar o letra, como resulta del verso de Lope: "La Zarabanda está presa, Que dello mucho me pesa; Que merece ser condesa Y también emperadora. ¡A la perra mora! ¡A la matadora!" Y "pierde el oficio de conjunción y toma el de simple adverbio en interrogaciones y exclamaciones directas... Fácil es percibir la énfasis de esta conjunción adverbializada así." Bello, Gramática, 1286. El Sr.

Parece que á principios del siglo XVIII no se bailaban ya La Zarabanda, La Chacona y demás bailes de este jaez, puesto que cada día se hace de ellos mención menos frecuente. Verdad es que otra danza parecida, aunque menos libre y licenciosa que aquéllas, duraba siempre en los campos y se perfeccionaba insensiblemente, para ocupar luego en el teatro el lugar de las que la precedieron.

El más provocativo de todos debió ser La Zarabanda. El P. Mariana le da tanta importancia, que consagra á combatirla un capítulo de su libro De spectaculis, diciendo que ella sola ha hecho más daño que la peste. En el impreso mencionado, además de La Zarabanda, se habla de otros muchos bailes parecidos, cuyos nombres provienen de las palabras, con que comienzan las estrofas que los acompañan.

Había llegado el momento de dar fin a la eterna zarabanda, a la interminable clasificación, a los nuevos arreglos que tenían en perpetuo movimiento las obras artísticas, desorientando al público y haciéndole vagar de uno a otro salón como en un dédalo. Al primero que moviese de su sitio un cuadro o una estatua, un tiro en la cabeza: he dicho.

Del Diablo Cojuelo, entremetido espíritu infernal que da nombre y ser a la novela, trató el señor Bonilla en una breve nota. Mucho más merecía el que «trujo al mundo la zarabanda, el déligo y la chacona», y yo he de volver hoy por su negra honrilla, recordando la mucha familiaridad que nosotros los españoles hemos tenido con él.

Sabe bailar la zarabanda y chacona mejor que su inventora misma; bébese una azumbre de vino sin dejar gota; entona un sol fa mi re tan bien como un sacristán; todas estas cosas, y otras muchas que me quedan por decir, las irán viendo vuesas mercedes en los días que estuviere aquí la compañía; y por ahora otro salto nuestro sabio, y luego entraremos en lo grueso.

Ya a la madrugada, en ese punto visionario y absurdo de los borrachos, en que el alcohol hace bailar a todas las cosas una zarabanda fantástica, habiendo sido reconocido por algunos, el poeta se vió obligado a recitar sus versos entre el ulular delirante del concurso y el ambiente plúmbeo, homicida, del antro.

Como los nombres son los mismos, originarios unos de otros, la gloria de misia Melchora asume cierto carácter de guerra civil, familiar y casi doméstica, en la cual los manes heterogéneos libran gran trifulca e histórica zarabanda.

Las bailarinas traían castañuelas en las manos y un sombrerillo en la cabeza, como se acostumbra aquí en los bailes; en la Zarabanda, era tan leve su movimiento, que no parecía baile. Diferénciase mucho su danza de la nuestra, porque mueven bastante los brazos, y levantan con frecuencia las manos hasta el rostro y el sombrero, aunque con cierta gracia, que agrada.