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Mirad qué cara resplandeciente tiene Salabert en este momento decía Rafael Alcántara a León Guzmán y a otros íntimos que formaban grupo . ¡Qué felicidad respira por todos los poros! Gran ocasión para pedirle diez mil duros prestados.... ¿Los daría? preguntó uno.

Como resulta del privilegio imperial, pertenece á la época de Carlos V un poema muy raro, cuyo título es el siguiente: Comiença la primera parte desta obra, llamada Triaca del Alma. Compuesta por el magnífico y muy noble caballero Fray Marcelo de Lebrixa, comendador de la puebla: de la orden y caballería de Alcantara: intitulada á los muy ilustres Sres.

En fin: un tomo entero no bastaría para reseñar todo lo que hay que ver en Toledo, desde que se la descubre, escalonada en aquella especie de erguida península, ó corpulento promontorio ceñido por el profundo Tajo, y se comienza á subir la áspera cuesta, y se pasa el venerable Puente de Alcántara, y se penetra por la histórica y bellísima Puerta de Visagra, hasta que se recorre aquel dédalo de torcidas calles arábigas, y se baja por el lado opuesto, y se vuelve á salir al campo por el Puente de San Martín.

A la vez que la campana de la Catedral daba las doce badajadas de mediodía, su cabalgadura cruzaba, paso a paso, el asoleado puente de Alcántara. Estaba en Toledo. Ramiro pasó las dos primeras semanas vagando al azar por las callejas y plazas de Toledo, sin compaña, sin paje, sin amor, solitario en el tumulto.

¡Cuántas veces por causas pequeñísimas se han malogrado los mejores cálculos! ¡Cuántas ha conducido al desastre la excesiva confianza! En ese mismo canal de la Cántara, mejor dicho de Alcántara, callejón sin salida, sorprendió el viejo Andrea Doria á la escuadrilla de Dragut después de la toma de África.

Aquí se volvieron á pasar los 22 arroyos y los grandes bañados, y habiendo salido de ellos, llegamos á las seis de la tarde al arroyo de San Pedro de Alcantara, adonde se hizo noche, este dia se cazaron algunas liebres y venados, que nos sirvieron de sustento. Dia 1.º de Noviembre.

La verdad es que la niña no encontraría, por mucho que buscase, partido tan ventajoso como el de Ramoncito, un muchacho formal, en buena posición, con un porvenir en la política.... Aunque Alcántara parecía que hablaba en serio y expresaba las mismas ideas que al propio Ramoncito le bullían constantemente en la cabeza, éste recelaba, y con razón, de su buena fe.

Este algo era nada menos que una sarta de rails de ferrocarril que al loco marqués se le antojaba que tenía dentro del cuerpo. Los demás, que sabían de esta alucinación, sonreían con expresión de lástima y burla. Rafael Alcántara exclamó cínicamente: ¡Dale, dale, que es lagarto!

Dijo más, que saliendo por la puente de Alcántara, dándole los muchachos priesa con la demanda de la cola, se había apeado del asno, y dando tras todos, alcanzó a uno, a quien dejaba medio muerto a palos; y que queriéndole prender se había resistido, y que por eso iba tan mal parado.

Todo el mundo se olvidaba de la mina, creyéndose, como otras veces, en algún comedor aristocrático. Rafael Alcántara se divertía en emborrachar a Peñalver.