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Después... un pecho anheloso sirviendo de almohada palpitante a un rostro agradecido, y, por fin, el resplandor del alba que, como virgen pálida y envidiosa, llamaba temblando en los vidrios del balcón para decir a los felices amantes: «¡BastaMas no todo lo que Cristeta sentía era deliciosamente impuro, no; que junto a la involuntaria tentación del deseo también bullían en su alma ideas ajenas al placer.

Esto es lo que a las claras me sugería el infierno; esto es lo que sólo me confesaba yo a propio; pero, allá en el fondo de mi contaminado espíritu bullían otras ideas, hervían otros propósitos, como nido de víboras cubierto de hierbas medicinales.

En los freos amontonábanse las olas con remolinos furiosos, pero bastaba un golpe de barra, una desviación de la proa, para quedar al abrigo de una isla, balanceándose la barca en aguas tranquilas, paradisíacas, límpidas, con un fondo visible de extrañas vegetaciones, en el que bullían los peces entre chisporroteos de plata y relámpagos de carmín.

Cerró los ojos, y una pereza de vivir que parecía sueño o sopor le embargó el ánimo. Quería detener el tiempo. Ya deseaba que tardase en volver doña Petronila: le asustaba la actividad, tenía miedo de cualquier resolución; todo sería peor. La muerte ya estaba en el alma. Los recuerdos lejanos bullían en el cerebro, como preparándose a bailar la danza macabra del delirio de la agonía.

Pues a pesar de que estas ideas bullían alborotadas en su cabeza mientras caminaba de prisa para doblar la esquina y ocultarse a las miradas de aquél, no estaba tan irritada contra misma como otras veces.

Huertas deleitosas, jardines encantadores matizaban la sierra donde estás sentada; bullian donde quiera entre los pomposos ramajes de tus árboles aguas cristalinas bajadas de lo alto de los cerros, estraidas de las mas hondas concavidades de la tierra.

El ingeniero, absorto por el carácter inverosímil de su aventura, no supo qué decir. ¡Eran tan numerosos los pensamientos que bullían en su cabeza y las preguntas que iba amontonando su curiosidad!... El personaje subido en la lechuza rodante interpretó este silencio como una muestra de timidez. Puede usted hablar sin miedo, Gentleman-Montaña.

Fernando, más tranquilo después de las palabras de su novia, hablaba del por venir. Trabajaría; ¡quién sabe hasta dónde puede llegar un hombre! Desde que estaba enamorado, sentíase con nuevas fuerzas para el trabajo. Bullían en su pensamiento ciertas invenciones industriales, que, de realizarse, darían nuevas ganancias á Sánchez Morueta.

Así discurría el «honorable marqués», en el momento de levantarse para «ejecutar el acto», que le estaba encomendado, no sólo por su propia iniciativa, sino por la situación en que le habían puesto los discursos de los demás; y sino así precisamente, porque le bullían las ideas en el cerebro con marcada incoherencia, con la intención de discurrir de la misma manera, cuando menos.

Tan pronto como quedó abierta, y a la vista una buena parte de lo que guardaba, se volvió mi tío hacia y me dijo, como si estuviera leyendo los pensamientos que bullían en mi cabeza: Lo que menos te has figurado , al ver lo que está pasando aquí rato hace, que tu tío es un avariento dejado de la mano de Dios, y que trata de deslumbrarte los ojos con los frutos de sus rapiñas.