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El empedrado no es el género en que más se distingue Marmolejo. Por las ventanillas podíamos tocar con la mano las paredes enjalbegadas de las casas.

Las columnas lustrosas, talladas con mil suertes de primores, la roja colcha de damasco, las sábanas de singular blancura, las guarniciones de las almohadas, el reloj y la palmatoria que yacen sobre la mesa de noche, los cabellos dorados del joven y las paredes enjalbegadas, todo brilla, todo arde, todo lanza vivos destellos.

Constaba de tres naves, la del centro ancha y elevada como la de una catedral; las de los lados, bajas y estrechas; todas ellas enjalbegadas en otro tiempo, muy lejano, cubiertas ahora de polvo, descascaradas por varios sitios y salpicadas de manchas extensas y misteriosas. Los altares, profusamente tallados, ofrecían ya un color gris muy diferente del dorado que en un principio tuvieran.

Cuando estuvo hecha la operación cogió de nuevo el cesto, transformado ya en camilla de hospital, y a paso lento y prevenido lo sacó de allí, bajó la escalera y lo depositó en una de las estancias del único piso alto que tenía la casa. Era ésta una mansión de hidalgo o labrador acomodado. Los pisos de ladrillo rojo, las paredes enjalbegadas, los techos con las vigas al descubierto.

Y era que mi último y entonces recientísimo viaje de recreo había tenido por teatro la provincia de Cádiz, y mis ojos estaban hechos á ver pueblos blanquísimos, relucientes, flamantes, nuevos, por decirlo, así, adornados de verdes balcones, de floridos patios expuestos al público, y de enjalbegadas horizontales azoteas al estilo de África: era que aun danzaban en mi imaginación aquellas ciudades muertas de risa, sin monumentos históricos ni humos artísticos, sencillas, graciosas y coquetas como jóvenes vestidas de veraniego percal, que se llaman Sanlúcar, los Puertos, San Fernando y Cádiz.

Cuando me despierto oigo en la calle, a través de las maderas cerradas, voces, ruido continuo de sonoros pasos, campanadas, trinos de canarios, ladridos de perros. Me levanto; por los cristales veo, enfrente, una ringla de casas bajas enjalbegadas, con las ventanas diminutas, con unos soportales vetustos formados por pilastras de piedra.

Unos cuantos varazos repartidos a ciegas por Zarandilla hicieron cesar el estruendo de coces y relinchos, y las bestias tornaron a alinearse ante los pesebres, exhalando los últimos restos de su agitación con bufidos y temblores. El aperador condujo a Salvatierra a una habitación grande, de paredes enjalbegadas, que le servía de despacho.

Las mismas paredes enjalbegadas, pero aquí menos blancas, ahumadas por el vaho nauseabundo del combustible animal, rezumando grasa por el continuo roce de los cuerpos sucios. Iguales escarpias en los muros, y colgando de ellas todo el ajuar de la miseria, alforjas, mantas, jergones destripados, blusas multicolores, sombreros mugrientos, zapatos pesados de innumerables remiendos con clavos agudos.

Era un simple dado de albañilería, con las paredes enjalbegadas, cuatro pináculos en sus ángulos y una cúpula de tejas negras. De lejos parecía un morabito, la tumba de un santón, ayudando á esta semejanza los grupos de palmeras de los jardines inmediatos. Castro le había hecho reir muchas veces contándole la historia del difunto general y sus ricos vecinos.

La portera no reconoció a mi mujer, y esta tampoco le dijo quién era, para mejor gozar de la sorpresa de las monjas. Atravesamos un largo portalón toscamente empedrado, las paredes enjalbegadas y algunas cruces negras pintadas en ellas de trecho en trecho.