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Muy pronto estuvo enteramente perdido lo que había heredado; empecé á contraer deudas, y no lo que hubiera sido de , si un día no me hubiese visto en el coliseo del Príncipe, el príncipe don Felipe. ¡Ah! Aunque es muy niño, clavó en mi sus ojos y no los apartó en toda la función. El duque de Uceda estaba en el aposento del príncipe.

El célebre teatro de la Scala, donde á nuestro compatriota Echebarria en la ópera El Profeta, es majestuoso en el interior, sin llegar, como ninguno de los que he visto en todos mis viajes, á la grandeza de nuestro coliseo de Oriente.

Ella, que tantos caprichos había tenido toda la vida, jamás se había mostrado aficionada al teatro, y menos a la música; desde su malparto a la fecha, y ya había llovido después, no había estado en el coliseo cuatro veces: la Compañía actual no la había visto siquiera, y ya estaban acabando el tercer abono... y de repente ¡zas!, sin avisar a nadie, tomaba un palco, y a la ópera todo el mundo.

Dímosla al otro teatro, mas allí contestaron que ellos no eran menos que los del otro coliseo, y que no tomaban sobras: a fuerza, sin embargo, de emplear más empeños que para lograr una prebenda, se consiguió una orden a rajatabla de los señores que estaban a la cabeza del teatro; pero ya era tema: una actriz, sobre si la habían dado el papel de segunda siendo ella la primera, se puso mala la víspera; otro actor, también por etiquetas y rencillas, armó una intriga de todos los diablos: se pagó gente para el efecto, y si una noche se representó, una noche se silbó...

Iba a abrirse el antiguo coliseo con la Compañía de ópera remendada, y las de Oliva no podrían ir los jueves y domingos a lucir sus gracias, enhiestas en sus sillones con almohadón, a la orilla del antepecho de su palco, como grullas tiesas y melancólicas a la margen del mar. El pariente difunto era un tío segundo; pero era marqués.

¿Y no vino ningún médico? ; , señor, el doctor Campillos, que era el médico del coliseo; allá dentro estuvo encerrado mucho tiempo, con la difunta, y con el duque de Lerma, y con el inquisidor general, y con don Francisco de Quevedo. ¿Y no dijo de qué había muerto? ; , señor: de repente, de enfermedad natural. ¡Eso dijo! ; , señor, eso dijo. ¿Y eso ha escrito la justicia?

¿Cómo le replicó un caballero soldado de aquellos que estaban en cueros, que parece que se habían de echar a nadar en la comedia puede toda esa máquina entrar por ningún patio ni coliseo de cuantos hay en España, ni por el del Buen Retiro, afrenta de los romanos anfiteatros, ni por una plaza de toros?

Hay que asegurar el trabajo durante los meses que aún faltan hasta el 30 de Mayo, día que señala, con la llegada del verano, la clausura de los principales teatros cortesanos y la completa renovación de las compañías. Por ahora sólo se trata de cambiar ligeramente el personal de cada coliseo, para «refrescar» un poco el cartel y así atraer mejor la atención ingrata del público.

Tocaba la obra á su término, á las ocho de la noche, cuando súbitamente corrió la voz de que en el coliseo se había declarado un incendio, el cual empezó porque una bujía prendió fuego en una de las simuladas nubes de papel y tela.

La compañía de Cristóbal Ortiz y los hermanos Valencianos trabajaban á mediados de 1620 en el Coliseo, con gran satisfacción de todos, cuando vino á poner súbitamente término al regocijo, la catástrofe ocurrida el jueves 25 de julio.