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Mi madre todavía era muy hermosa; nuestras camareras, y hasta nuestras meras criadas eran mas lindas que quantas mugeres pueden hallarse en el Africa toda; y yo era un embeleso, el epílogo de la beldad y la gracia, y era doncella; pero no lo fui mucho tiempo, que el arraez del barco me robó la flor que estaba destinada para el precioso príncipe de Masa-Carrara.

Ningún epílogo, podía ser, pues, más americano que el de Angelina. Americano, aún cuando fuera antaño europeo también. Traducida en la actualidad, haría sonreir.

Jamás se supo a cuál había pertenecido en vida la santa enseña: era el escapulario de la Virgen del Recuerdo... Fin del libro cuarto Epílogo

En cuanto á los 700 pesos de la derramita, me dijo la digna Tintay que los había empleado Tenten en gastos ... reservados. Este capítulo tiene epílogo. Desde que puse el último punto suspensivo á la fecha en que añado estas letras, han pasado dos años. De paso he estado en el pueblo de Legaspi. á mis amigos Tintay y Tenten, y en el tiempo que mi cochero enganchaba me hicieron tomar chocolate.

El sapo había repetido centenares de veces sus eternas notas románticas. La luna alcanzaba ya el medio de la esfera y flotaba como una isla de oro entre los pliegues del viento. El lago titilaba bajo su blanda caricia, y la figura triste y dolorida del mayordomo aún seguía inmóvil al pie de la orilla con los brazos cruzados y los ojos hundidos en el oscuro seno del agua. Epílogo innecesario.

Mamá era íntima amiga de Eugenia... ¿No sabe usted qué Eugenia? Y frente á las grandezas aristocráticas de Petersburgo elevaba la imagen de la corte mejicana, del breve Imperio que había tenido por epílogo el fusilamiento del archiduque Maximiliano y la locura de su esposa Carlota. La buena señora lo contaba todo tal como lo había oído á su madre.

Aquí deberíamos dar por terminada la tradición; pero el plan de nuestra obra exige que consagremos algunas líneas por vía de epílogo al virrey en cuya época de mando aconteció este suceso.

De nuestro rio Argentino y su grandeza Tratar quiero en el canto venidero, De sus islas, y bosques y belleza, Epilogo haré muy verdadero. Ninguno en lo léer tenga pereza, Que espero dar en él placer entero, De cosas apacibles y graciosas, Y dignas de tenerse por curiosas. En este canto se trata de la grandeza del Rio de la Plata, del Paraguay, y de las islas, peces, aves que hay en ellos.

A nadie debe quedar la menor duda en que don Luis y Pepita, enlazados por un amor irresistible, casi de la misma edad, hermosa ella, él gallardo y agraciado, y discretos y llenos de bondad los dos, vivieron largos años, gozando de cuanta felicidad y paz caben en la tierra; pero esto, que para la generalidad de las gentes es una consecuencia dialéctica bien deducida, se convierte en certidumbre para quien lee el epílogo.

Si alguna vez los ofendía momentáneamente la rigidez de su trato, contentábanse luego con oír de boca de Bragas un panegírico, cuyo epílogo era siempre tazón de chocolate ó magra de gran calibre. Elías tenía treinta años cuando marchó á la Corte. No sabemos si él, al tomar esta determinación, soñó con adquirir la gloria que los astros, por boca de un sabio, habían anunciado.