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Al lado del rey Alfonso VI de Castilla combatieron como héroes mis antepasados, contra la bárbara invasión de los almoravides, en la sangrienta rota de Zalaca. Yo cuento en mi familia inspirados poetas y admirables filósofos y teólogos, gloria de la Sinagoga española y de todo el judaísmo. Entre ellos descuella Jehuda Leví, el Castellano, a quien Heine celebra con entusiasmo fervoroso.

Viendo, en el Casino, a los empleados de las mesas de juego, se me han venido a la memoria las reflexiones de un oso: el oso Atta Troll, inmortalizado por Heine. Según Atta Troll, los hombres son unos animales infelices y depravados, y todo su mal proviene de la invención de los bolsillos.

Hacía memoria de unos versos de Heine que nombran á Toledo, de otros versos de Musset á las marquesas andaluzas de Barcelona, tarareaba una romanza sobre los naranjos de Sevilla... Su héroe debía ser forzosamente de Toledo ó andaluz de Barcelona.

Maimónides, Ibn Gebirol, los Ben Ezrra, Jehuda-Leví de Toledo y otros muchos filósofos, doctores y poetas nos pertenecen, como por ejemplo, Mendelshon ó Enrique Heine pertenecen á Alemania.

No es de maravillar, por lo tanto, suponiendo a Jehuda ben Leví tan sobrenaturalmente favorecido y amado, que Heine le proclame rey del reino del pensamiento y rey, por la gracia de Dios, inviolable e irresponsable. A nadie sino a Dios tiene que dar cuenta. El pueblo, dice Heine, podrá matarnos, pero no puede juzgarnos nunca.

Es un ser distinto a la mujer europea; lo reúnen todo: el aire elegante y distinguido de la francesa, el cuerpo modelado a la griega de la hija de Nueva York o de Viena, la gracia española, el vigor de alma italiano, las líneas correctas de una fisonomía inglesa... ¡Pero tienen la indecible movilidad de espíritu que les es propia, esa música en la voz que embriaga, los acentos profundos inspirados por la pasión, y cuando aman, se dan, se dan con el olvido del pasado, con la non curanza suprema del porvenir, absorbidas, confundidas en el amor soberbio que las exalta! ¡Qué agitación misteriosa, intensa, debo hacer latir como una ola el corazón del alemán que se siente entrelazado por dos brazos que hablan en su presión suave, en su contacto tibio y estremecido! ¡Todo lo que ha soñado bajo la influencia de un lieder de Heine, cuando ha podido vislumbrar en el mundo delicioso que crea la imaginación, bañada el alma de una melodía de Mendelssohn lo ve palpitante ante sus ojos, irradiando la santa voluptuosidad que atrae los cuerpos en la tierra, bajo la ley constante del amor!...

Cordelia es el primer amor de este adolescente que delira. El episodio recuerda, hasta en el tono, un relato de Heine: aquella estatua feminizada por el musgo que el futuro poeta de los lieder iba a besar, con una oscura congoja de Werther bisoño, en un rincón del parque familiar.

Para conceder, no obstante, a tal poeta la irresponsabilidad de que habla Heine, es menester no tomar por lo serio, en la realidad práctica, la virtud docente de su poesía.

Esto era otra cosa; y los que habían permanecido indiferentes ante las guerras gloriosas del Gran Federico, de que Körner se envanecía como si fuera nieto del ilustre Monarca; los que oían hablar de Goëthe, y de Heine, y de Hegel, como quien oye llover, llegaron a reconocer el glorioso porvenir de la raza que criaba tan buenos estómagos.

En el bello elogio que hace Enrique Heine de nuestro egregio compatriota el Rabi Jehuda ben Leví de Toledo, después de ponderar las altas dotes de aquella alma, llega a suponer que el mismo Dios al crearla, la besó prendado de su hermosura, y que el eco del beso divino resuena con inmortal resonancia en los versos del vate toledano.