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Cuando la niña se hubo puesto de pie, Ramiro se adelantó tendiendo los brazos; pero ella le contuvo con grave reverencia. Una emoción profunda, indecible, estremeció el pecho del niño. El enano le puso la mano sobre el hombro y salieron. La heredad de Íñigo de la Hoz, en el Valle-Amblés, estaba situada casi al pie de la sierra, como un cuarto de legua al poniente de Sonsoles.

Pensaba luego en la teoría chistosa de su padre sobre el complemento de la persuasión de que se valían el apóstol Santiago, los obispos de la Edad Media, D. Íñigo de Loyola y otros personajes, y no le parecía tan descabellada la teoría, arrepintiéndose casi de no haberla practicado.

Antes de que cumpliera los quince años, don Íñigo la había prometido en casamiento a su primo Lope de Alcántara, con quien le ligaba, fuera de un fraternal afecto, una noble emulación en la fidelidad y el sacrificio. Era el tal Lope un caballero cincuentón de infelice rostro, y sólo adornado de las más severas virtudes.

Don Félix se oculta de nuevo; Don Antonio excusa su presencia con el encargo de Clara, y se retira. Don Iñigo cuenta á su hija que conoce ya á Don Félix, que le ha agradado mucho, y que se propone ofrecerle su casa para vivir en ella.

Las ventanas, abiertas, dejaban penetrar una paz penumbrosa y el primer aliento somnífero de la noche. Íñigo de la Hoz y su hija Guiomar se establecieron en Avila el año de 1570, viniendo de Valsaín, junto a Segovia, donde tenían su heredad.

A Ruiz Sánchez de Huete 1360 mrs. por 17 varas de lanzas «que dió con que justasen ciertos caballeros desta çibdad ...» y a Iñigo López astero 1860 mrs. «por adereçar las lanzas ¿para dha. justa

Don Íñigo parecía no haber oído un solo vocablo, como si su espíritu flotara en región demasiado lejana; pero de pronto sus grandes ojos, donde la vida se apagaba como la última penumbra en agua inmóvil y triste, comenzaron a manar, sin el menor movimiento de los párpados, un humor abundoso, un flujo de lágrimas.

Anonadado por la terrible fatalidad, llevose la mano a la frente y, sin poder articular una sola palabra, una sola exclamación, saludó a don Alonso y volvió a encerrarse en su aposento. De ordinario, cuando la reunión comenzaba, hacía ya varias horas que don Alonso Blázquez se hallaba instalado en su sillón predilecto, frente a don Íñigo, platicando sin tregua.

Tambien en este año concedió S. S. á peticion de los reyes católicos las facultades propias del inquisidor general á varios obispos, y entre ellos al de Córdoba, por estimar conveniente dar á Torquemada coadjutores. Murió el obispo D. Iñigo Manrique á 1.º de marzo en Ciudad Real.

Desesperado Iñigo, pide al cielo y á la tierra que liberten á su esposa; excita al pueblo á tomar una resolución heróica y á sacudir tan ignominioso yugo, aunque sin conseguirlo, á causa del miedo que inspira el tirano.