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Con aquella grosería soez, el porte de atrevido cazador de fieras y su estrafalario arreo había sabido vivir muy regaladamente en este mundo, sin encallecer las manos, ni quebrarse los lomos allá en su aldea con las faenas de la labranza.

Si el batelero es por lo comun áspero y soez, como en todas partes, el artesano es atento y el campesino afectuoso. Al llegar á Barcelona se siente una penosísima impresion, causada por los muchos mendigos que rodean y atormentan al extranjero. La mendicidad me pareció muy extraña en una ciudad tan activa y opulenta.

Y después, cuando el despejo de su cerebro le hacía dueño de todas sus triquiñuelas de hombre leído y mundano, no volvió a salir de sus labios ni un solo vocablo soez, ni una sola espontaneidad de aquellas que existían dentro de él, como existen los trapos de colorines en algún rincón de la casa del que ha sido cómico, aunque sólo lo haya sido de afición.

Cuando los presos llegaron, las puertas y los alrededores del cuartel estaban invadidos por numeroso público, no tan grosero y soez como el de la mañana. Lo componían personas de más categoría, estudiantes en su mayor parte, hidalgos y empleados. Este público guardó prudente y compasivo silencio al verlos entrar. Fueron introducidos uno por uno en la vasta sala del Consejo.

Y, para confirmación desto, quiero también que sepáis que los tales encantadores sus contrarios no ha más de dos días que transformaron la figura y persona de la hermosa Dulcinea del Toboso en una aldeana soez y baja, y desta manera habrán transformado a don Quijote; y si todo esto no basta para enteraros en esta verdad que digo, aquí está el mesmo don Quijote, que la sustentará con sus armas a pie, o a caballo, o de cualquiera suerte que os agradare.

Las mujeres pasaron gritando. Entre ellas se divulgó una de esas noticias que electrizan, que redoblan el entusiasmo y aguzan el soez pensamiento. La noticia era esta: De los dos chicos a quienes se había sorprendido poco más arriba echando unas tierras amarillas en las cubas de los aguadores, el uno fue muerto al instante, el otro logró escaparse y se refugió.... ¿dónde? en el mismo San Isidro.

La razón del «mal nuevo», que también nos mencionó él anoche. Será así; pero no lo entiendo. Pues sigamos con el ejemplo imaginado, y supongamos que el delincuente victorioso es un arbitrista de nota, hombre de veta soez y peor entraña, logrero y trapisondista, pero bien redondeado de caudales.

Según él mismo dio a entender, era persona notable y acaudalada, hombre de gran mérito, que todo se lo debía a mismo, pues abandonado de sus nobles padres y desheredado por sus nobilísimos abuelosmiserias y bribonadas del mundo y de la ley!), había tenido que crearse una posición con su ingenio y su trabajo. Motivos diferentes halló Isidora en su nuevo amigo para sentir hacia él simpatía y antipatía, en porciones casi iguales, porque si bien aquello de ser hijo natural y abandonado, víctima del egoísmo de sus padres, le hacía sobremanera interesante, en cambio sus modales y su lenguaje eran de lo más soez y chabacano que imaginarse podría. Su figura hermosa, juvenil y hasta cierto punto elegante, que recordaba la de Joaquín Pez, perdía todas sus ventajas con lo que del alma salía a los labios de tan singular criatura, en esa florescencia del ser que se llama conversación. Por momentos Isidora le encontraba agradable, por momentos aborrecible.

Sin detenerse, la joven lanzó desde lo profundo de su alma, llena de pena y asco, estas palabras: «¡Qué odioso, qué soez, qué repugnante es el pueblo!». Capítulo IV El célebre Miquis Salvo algunas ligeras neuralgias de cabeza, Isidora gozaba de excelente salud. Tan sólo era molestada de frecuentes y penosos insomnios, que a veces la hacían pasar de claro en claro las noches.

Agitábanse los diputados, echándose unos a otros la culpa del alboroto; nos apostrofaban también desde abajo llamándonos canalla soez, y los porteros dieron principio a la expulsión. Aquí de los apuros. Presentación y yo queríamos salir sin poder lograrlo, por tener delante una muralla de carne humana que resistía la orden del presidente.