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» ¿Qué interés le inspira a usted la enferma? le preguntaron sus colegas. » Ahora ya pueden saberlo ustedes: ¡esa enferma contestó el pobre padre, es mi hija! »No pude resistir más, y entrando en el despacho fui a arrojarme en sus brazos. »Todos se retiraron entonces silenciosamente, salvo uno que se acercó al padre de Magdalena, cuando éste alzó la cabeza.

Estaba en lo más negro de la negrura del <i>spleen</i>, y pasó por la idea de pegarme un tiro o de arrojarme de cabeza al mar. Todo por un amor desgraciado. Cuénteme usted eso y le daré buenos consejos. No me hacen falta. Yo me entiendo solo. Yo conozco a la mujer que le trae a usted a tan lastimoso estado. Usted no conoce nada. Dejemos esa cuestión y no hablemos más de ella.

Parecióme todo un juego de azar, y miré con indiferencia mi propio destino y el destino de los pueblos. En un estado tal, quise arrojarme desenfrenadamente á los placeres, quise ahogar el grito de mi dolor en el estrépito de la bacanal y de la orgía; mas en vano: mi corazon era ya la hoja que se desprende del árbol al soplo de las auras del otoño, mi actividad estaba muerta, muerta como mi alma.

Después de las protestas de absoluta confianza, que me apresuré á dirigirle, la señorita de Porhoet continuó en su lenguaje dulce y firme: La señora de Aubry fué á verme esta noche á hurtadillas; comenzó por arrojarme sus horribles brazos al cuello, lo que no me gustó nada, y luego, á través de mil jeremiadas personales, que excuso repetir, me ha suplicado que detenga á sus parientes sobre el borde de su ruina.

¿Cómo está usted, señor? me dijo al tenderme la mano, pronunciando estas simples palabras con un tono de voz tan dulce, tan humilde, ¡ay! tan tierno, que habría querido arrojarme de rodillas ante ella. Sin embargo, fué preciso contestarla en el tono de una política helada. Me miró dolorosamente: luego bajó sus grandes ojos con aire de resignación y continuó su trabajo.

En ti honro la ciencia y el espiritu del hombre; tu eres la mas dulce esencia de los jugos que proporcionan el sueno. Tu contienes las fuerzas que destruyen la vida, ven a mi socorro, ya veo que se calma la agitacion de mi espiritu. Quiero arrojarme al mar: las aguas cristalinas brillan a mis pies como un espejo.

Creo que no llevará su rencor hasta el punto de arrojarme de su casa; me parece que no voy a poder subir la escalera, ya los nervios me bailan y el corazón me da saltos: debo estar blanca como un papel... ¿Por dónde empezaré? ¿entraré altiva o humilde? humilde, ¡Dios mío! porque voy a humillarme; ¡qué paso tan penoso!

Ese dia llegará. España comprenderá al cabo que el pensamiento tiene sus estados tambien; comprenderá que su idioma es su pensamiento, y defenderá las fronteras de su inteligencia, como defenderia las fronteras de su territorio. Entre tanto, yo expulso de mi casa la palabra Bolsa, como rechazaria á todo el que quisiera arrojarme de mi país.

Pero antes de adoptar ningún plan definitivo decidí acostarme con el fin de que el sueño amansase mi furor, teniendo por bueno aquel proverbio que dice que «la noche es buena consejera». Y así debe ser en efecto, porque al otro día me levanté completamente tranquilo; aquellos planes sanguinarios de la víspera, se habían trocado en resoluciones mucho más parlamentarias, y yo me resolví a aguardar la noche para llamar a su puerta, y una vez que me abriese arrojarme a sus pies, y repetirle verbalmente lo que ya le había dicho en mi carta.

Nada nuevo había en lo que allí me decía y, sin embargo, me sentí tan violentamente conmovida por esa sencilla y enternecedora prueba de su cariño, que no tuve en el primer momento más que un pensamiento: ir a arrojarme al pie de su cama, y confesarle cuán indigna era aquella a quien ofrecía el asilo de su corazón y de su techo. Ciertamente, ya no me cabía ninguna duda.