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Los árboles eran viejísimos, respetables, como el palacio: naranjos centenarios, de tronco retorcido, que necesitaban el apoyo de un cerco de horquillas para sostener sus miembros venerables; magnolieros gigantes, con más leña que hojas; palmeras infecundas, que se remontaban en el espacio azul buscando el mar por encima de las almenas para saludarlo con vaivenes de su cabeza empenachada.

Aquí se fundó Buenos Aires dijo Ojeda . Ese caserón es el palacio del Gobierno, lo que llaman «la Casa Rosada». La plaza es la de Mayo. Aquel templo griego, la catedral; ese obelisco blanco, la pirámide de la Independencia. Remontaban la cuesta algunos grupos de hombres de campo llevando a la espalda fardos de ropas. Sus mujeres marchaban junto a ellos, mirándolo todo con ojos de asombro.

Sobre su fondo, que no iba más allá de noventa metros, se alborotaban las aguas á impulsos del vendaval, levantando tantas olas y tan apretadas, que al chocar unas con otras, no encontrando espacio para caer, se remontaban formando torres. Este golfo era el rincón más temible del Mediterráneo.

El capitán vió á través de sus gemelos muchedumbres guerreras ocupadas en los quehaceres del despertar, filas de caballos sin jinete que iban al abrevadero, parques de artillería con sus cañones en alto iguales á tubos de telescopio, pájaros enormes de alas amarillas que emprendían su deslizamiento á ras de tierra con rudo traqueteo y poco á poco se remontaban en el espacio, brillando sus alas enceradas con los primeros fulgores del sol.

Contábase en el número de estos últimos, uno que, para desgracia de Jacques, se creía éste en el deber de tolerar; llamábase el tal Gustavo Calvat, era hermano de la primera mujer de Fabrice y, por consecuencia, tío de Marcelita; sus relaciones con el pintor remontaban a la época, ya lejana, en que los dos fueron discípulos de idéntico maestro en el mismo taller.

Eran las bocas de las calles en pendiente, que se remontaban colina arriba, á través de los barrios griegos, mahometanos é israelitas, basta llegar á una meseta cubierta de altos edificios entre las agujas obscuras de los cipreses. La diversidad religiosa del Mediterráneo oriental erizaba á Salónica de cúpulas y torres.

Eran fragatas que iban a descargar, Paraná arriba, en el puerto de Rosario; vapores de tres pisos, sin mástiles y de escaso fondo, parecidos a casas flotantes, que hacían el servicio diario entre Buenos Aires y Montevideo; reducidos paquebotes, iguales en su forma a los grandes trasatlánticos, que remontaban el estuario con rumbo al Paraguay y a las escalas fluviales del corazón del Brasil, en plena selva virgen.

Los recuerdos literarios del militar no se remontaban más allá del periódico de la semana anterior, así es que lo comprendió al pie de la letra. No son ovejas continuó, es un jinete. Juez, ¿no es aquél el tordo de Jacobo Melín? Pero el juez no lo sabía, y según indicó la señora Moreno, el aire era demasiado fuerte para más averiguaciones; de manera que tuvieron que retirarse.

Ya era una manada de formas diabólicas que hacían visajes al pálido ministro, mofándose de él é invitándole á seguirlas; ya un grupo de brillantes ángeles que se remontaban al cielo, llenos de dolor, tornándose más etéreos á medida que ascendían.

Los únicos que iban á conocer su muerte eran los cangrejos enormes que remontaban los peñascos buscando su alimento en la resaca; las gaviotas que se dejaban caer verticalmente, con las alas tendidas, desde lo alto del acantilado. Hasta los más pequeños crustáceos eran superiores á él.