United States or Madagascar ? Vote for the TOP Country of the Week !


Si yo fuera ateo, si fuera un hombre desprovisto de conciencia, un miserable con instintos groseros y brutales, ya habría hallado la paz hace tiempo: mejor dicho, nunca la habría perdido.

Joaquín dio media vuelta y se volvió al lado de don Pompeyo. La capilla desde la que oía misa la Regenta estaba separada sólo por una verja alta de la en que se habían escondido los trasnochadores del Casino. Ana oyó la voz de Orgaz que disuadía al ateo de su propósito de abandonar el templo. Pero de una capilla a otra no se distinguían las personas, sólo se veían bultos.

Si lo fuera, Maximiliano se moriría de pena, se volvería entonces protestante, masón, judío, ateo. No manifestó estos temores a su querida, que estaba con un pie calzado y otro descalzo, mirando atentamente las idas y venidas de una procesión de hormigas. Únicamente le dijo: «Tiempo tienes de entrar. No conviene tampoco que te muy fuerte». Era preciso seguir.

Y tercera, en fin, y de ésta me asombro más que de las otras todavía, de ese apego que todos tienen sin embargo a esta vida tan mala. Esto último bastaría a confundir a un ateo, si un ateo, al serlo, no diese ya claras muestras de no tener su cerebro organizado para el convencimiento; porque sólo un Dios, y un Dios Todopoderoso, podía hacer amar una cosa como la vida.

No debemos olvidar a Carraspique ni a Barinaga, ni al graciosísimo ateo, ni a la turbamulta de figuras secundarias que dan la total impresión de la vida colectiva, heterogénea, con picantes matices y espléndida variedad de acentos y fisonomías.

Entró el enemigo; y aunque venía de paz y don Pompeyo se había propuesto ser muy prudente, en cuanto doña Petronila abrió el pico, el ateo extendió una mano y dijo interrumpiendo: Dispénseme usted, señora, y dispense este digno sacerdote católico... vienen ustedes equivocados; aquí no se admiten limosnas condicionales.... ¿Cómo condicionales?... preguntó don Custodio, con muy buenos modos.

Después de tomar un refrigerio en las Consistoriales y descansar un poco, la comitiva se restituyó a la plaza, donde se efectuó con una solemnidad capaz de hacer derramar lágrimas al ateo más empedernido el acto de colocar la primera piedra de la nueva casa de Dios.

El honrado Guimarán daba media vuelta y se iba furioso, llena el alma de rencores y envidias pasajeras, y Frígilis seguía sonriendo y movía la cabeza a un lado y a otro. Si le preguntaban qué opinaba del Ateo, decía: «¿Quién, don Pompeyo? Es una buena persona. No sabe nada, pero tiene muy buen corazón». Guimarán juró tenía que parar en ello juró no poner jamás los pies en el Casino.

Contra lo que esperaba el ateo, la conversación, al llegar el Champaña, había tomado un rumbo que no podía llevarla a los asuntos serios que él creía propios de aquella solemnidad. Se hablaba de mujeres. Casi todos echaban de menos la edad de las ilusiones, no por las ilusiones, sino por la secreta fuerza, que según ellos era su origen.

Esto último era lo más probable y lo que más convenía a los planes de Cármenes, el cual desde el domingo de Ramos tenía a punto de terminar una larguísima composición poética en que se cantaba la muerte del ateo felizmente restituido a la fe de Cristo. La oda elegíaca, o elegía a secas, lo que fuera, que Trifón no lo sabía, comenzaba así: ¿Qué me anuncia ese fúnebre lamento...?