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Durante, pues, todo el verano y hasta el principio del mes de octubre, momento en que ocurrieron casos importantes, que pronto hemos de referir, pudo muy bien doña Beatriz, nada experimentada ni escarmentada aún de la maledicencia de los madrileños, vivir tranquila y persuadida de que nadie la acusaba de ser la enamorada del Conde, y de que don Braulio no estaba en ridículo de resultas de haber sido tan bueno y tan complaciente con ella.

Respondía ella con otro gesto que, cuando menos, significaba que había comprendido la pregunta; y algo parecido le ocurría a su marido con los hombres políticos, que casi le formaban un cortejo diariamente desde lo de la herencia, y poco más o menos le sucedía a la hija con sus amigas; sólo que éstas eran más claras en el preguntar, y ella menos encogida en el responder, por lo mismo que estaba bien persuadida del destino de aquellos despilfarros, desde que su madre apuntó en la calle de Hortaleza la necesidad de vivir en casa de mayor calibre.

Tonto, tonto mío, ¿pensabas que no había yo de saber averiguar tus penas para compartirlas? El chico te habrá dicho, seguramente, las preguntas que le hice y cómo me contestó. Estoy persuadida de que todo te lo ha contado. No puedes figurarte la gracia que me hizo su desinterés. ¿Me perdonas que soborne a tus servidores? Yo, en cambio, no te perdonaré tu falta de franqueza.

Ella que estaba persuadida de haber hecho una conquista... se le alargó la nariz más de lo que la tiene, que no es poco.... ¡ja, ja!... La risa de la anémica se volvió tos, una tosecilla que le rascaba la garganta y la sofocaba, obligándola a sentarse en un banco rústico de los muchos que en el parque había.

Las señoras hablaban tres lenguas de primer órden, mostraban en todo muy buen sentido, un sentimiento natural de sencillez y candor, una conciencia pura, pero muy poco persuadida de la importancia de su sexo, un espíritu de hospitalidad sincera, afectuosa y sin ostentacion, mucha curiosidad de los cosas sociales, y sobre todo una exquisita benevolencia de inclinaciones y de afectos de familia.

Sentía la impresión de si hubieran cometido con ella una gran perfidia, y aunque su pensamiento le decía vagamente lo absurdo de tal sensación, no podía minorar su intensidad, ni menos desecharla. Odiaba al P. Gil, le odiaba con toda su alma. Daría algo por vengarse. ¿De qué? No se lo decía; pero allá en el fondo del alma estaba persuadida de que tenía razón para ello.

Mas si la conociesen, como nosotros la conocemos, es bien seguro que no hallarían motivo para asombrarse tanto. La primogénita de la casa de Elorza había entrado en la conspiración carlista completamente persuadida de que realizaba una obra grata a los ojos de Dios y con el propósito firme de no retroceder ante ningún peligro.

Desde los zapatos hasta las horquillas me traían de París. ¿Me quería? Estoy persuadida de que no. Si hubiese habido otra más exigente, más cara, esa hubiera deseado; pero ni yo le inspiraba el más leve afecto, ni aún creo que considerándome como mujer, solo como mujer, estuviera entusiasmado conmigo.

Y como doña Inés no gustaba de quedarse atrás en nada, sino de adelantarse en todo, y ser también importante cosechera de los mencionados frutos y riquezas, muy candorosamente estaba persuadida de que padecía o había padecido mucho ejerciendo y luciendo su paciencia, compitiendo un poquito con Job y granjeándose los medios de ir al cielo derechita, sin tropezar en rama, ya se entiende que contando con la misericordia de Dios, que le perdonaría sus pecados, si los tenía, pues, según ya he dicho, no lo sabemos.

Como no podía concebir que mujer alguna rechazase los obsequios de su querido, estaba persuadida de que Paca los alentaba. Esta, al principio, no dió importancia á su actitud: la vió triste y seria, y pensó que su desgraciada situación y el desvío cada vez más acentuado de Velázquez eran la causa.