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Sobre todos mis sentimientos domina uno, el que dirigió siempre mis acciones durante aquel azaroso periodo comprendido entre 1805 y 1834. Cercano al sepulcro, y considerándome el más inútil de los hombres, ¡aún haces brotar lágrimas de mis ojos, amor santo de la patria!

Entregué la esquela a Sarto, en quien no hizo mella la súplica lastimera de la dama, limitándose a decir: Suya es la culpa. ¿Quién la llevó al castillo? Sin embargo, no considerándome yo enteramente irresponsable de lo ocurrido, resolví compadecerme de Antonieta de Maubán.

Pero, considerándome yo como vulgo, como profano, todavía he creído que, si no útil, al menos podría ser entretenido y curioso el exponer lo que cavila el vulgo, lo que alambica y divaga sobre el particular. Así es que me he hecho eco fiel del vulgo en esta meditación, adornándola con algunas sentencias morales sacadas de la lectura de los filósofos.

Cuando volvíamos del entierro prosiguió el joven como si no hubiese oído me emparejé con Velázquez, hablamos de vuestra situación, le di las gracias por lo que había hecho, considerándome ya de la familia, y le dije mi proyecto, mejor dicho, mis proyectos, porque le abrí el corazón por completo y le enteré de todos los pormenores de nuestro noviazgo.

Desde los zapatos hasta las horquillas me traían de París. ¿Me quería? Estoy persuadida de que no. Si hubiese habido otra más exigente, más cara, esa hubiera deseado; pero ni yo le inspiraba el más leve afecto, ni aún creo que considerándome como mujer, solo como mujer, estuviera entusiasmado conmigo.

Todo esto, sin darse ella mucha cuenta de lo que hacía, me lo quería hacer pagar, considerándome en extremo culpado. Lo que yo tuve que aguantar no tiene nombre. Créame V., P. Jacinto, en el pecado llevé la penitencia. Así es que me harté de amores serios para años, y me dediqué desde entonces á los ligeros. ¿Para qué atormentarse en un asunto que debe ser todo de amenidad, regocijo y alegría?

Hice proyectos absurdos de provocarle, que, afortunadamente, no llegué a realizar, y a mediados del mes de julio me quedé sorprendido con la entrada en la bahía de Cádiz de la Bella Vizcaína. Llegaba el momento fatal. Había que embarcarse. Me despedí de mi novia, que me hizo mil promesas de fidelidad y de escribirme, y me fuí a la fragata considerándome un hombre desgraciado.