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¡Amásteis á mi madre! La amé... ¡oh! , como yo podía amar á una mujer que había conocido amando á otro, con toda mi caridad, y cuando digo con toda mi caridad, digo con todo mi corazón; la amé... ¡oh! , mucho, mucho... pero era un amor que no me inquietaba... porque nada quería... más que proteger á tu madre... consolarla, y protegiéndola y consolándola, y viéndola vuelta hacia como su único consuelo... mi amor recibía toda la recompensa que podía recibir... y al mismo tiempo... aquel amor puro, tranquilo... aquel cuidado de una pobre enferma, me alentaba... me reconciliaba con la vida... cuando perdí á tu madre, me encontré solo... salí del panteón con el corazón oprimido... por el momento no pensé en nada... pero luego... el frío de las noches de invierno, la lluvia, refrescan la sangre, y cuando la sangre que arde se refresca, el pensamiento se calma y la razón sobreviene... pensé y vi que no estaba solo en el mundo... que vivías ... que te habías quedado sola en tu cuna... tenía una hija... una hija de quien Dios me encargaba... y yo no tenía dinero... no esperaba tenerlo en mucho tiempo, porque había empeñado mi soldada por mucho tiempo... para enterrar á tu madre.

Refería las regatas que había ganado, las que había perdido y todos los incidentes que en ellas habían surgido. Contaba sus impresiones antes y después del suceso, la clase de alimentación que usaba para adquirir vigor y perder la grasa; describía los trajes que usaban, la forma de los botes, los gritos de la muchedumbre que los alentaba desde la orilla...

Regalado se fingía enamorado profundamente de sus gracias, la seguía, la requebraba y á veces le daba también serenata á la puerta de su casa con la flauta, pues era diestro tañedor de este instrumento. Maripepa había llegado á creer en su pasión, y aunque no la alentaba, porque el mayordomo de D. Félix era casado, la agradecía mostrándose con él afectuosa y compasiva.

En verdad que el duque de Osuna se había permitido enamorarla aun antes de ser viuda del duque de Gandía; pero el noble don Pedro, á pesar de que era joven é impetuoso, sabía enamorar á doña Juana sin que ésta se ofendiese, de la manera más delicada, más discreta, más respetuosa, más peligrosa, sin embargo, para la mujer objeto de aquellos amores que nadie conocía, más que el duque que los alentaba, y doña Juana causa de ellos.

A ver si me explica usted por qué motivo ciertas personas nos atraen y nos hacen comunicativos... A primera vista, parece usted un hombre grave y reservado, y sin embargo, yo que soy una verdadera salvaje, me sentí en seguida bien a su lado. Había en sus ojos algo que me tranquilizaba y me alentaba a hablar.

Pero Perla no hizo caso de las amenazas de su madre, como no lo había hecho de sus palabras afectuosas, sino que rompió en un arrebato de cólera, gesticulando violentamente y agitando su cuerpecito con las más extravagantes contorsiones, acompañando esta explosión de ira de agudos gritos que repercutió la selva por todas partes; de modo que á pesar de lo sola que estaba en su infantil é incomprensible furor, parecía que una oculta multitud la acompañaba y hasta la alentaba en sus acciones.

No me apartas los ojos de ella, así se hunda el mundo». Instalóse el payo, apoyando los codos en la mesa y las manos en los carrillos, contemplando de hito en hito la misteriosa olla, tan fijamente como si intentase alguna experiencia de hipnotismo. Apenas alentaba, ni se movía más que si fuese hecho de piedra.

¡Cómo resonaban aún en sus oídos aquellas palabras mágicas! ¡Y él, Juan, que apenas se atrevía a soñar en lo que el señor Aubry había expresado en alta voz, con tanta sencillez y naturalidad! ¡No era, pues, un irrealizable sueño! ¡Los sentimientos que él sofocaba con tanta pena, los alentaba en él, le daban casi el derecho de declararlos! Era demasiado.

No voy a hablar de ella impulsado por la fe poderosa que alentaba a San Pedro Alcántara, a San Francisco de Borja, a San Juan de la Cruz, al venerable Juan de Avila, a Bañes, a Fray Luis de Leon, al Padre Gracian, y a tantas otras lumbreras de la Iglesia y de la sociedad española, en la edad de oro de nuestra monarquía; ni con el candor con que la amaban y veneraban todos aquellos sencillos corazones que ella robó con su palabra y con su trato para dárselos a su Esposo Cristo; sino desde el punto de vista de un hombre de nuestro tiempo; incrédulo tal vez; con otros pensamientos, con otras aspiraciones, y, como ahora se dice, con otros ideales.

Marcial hubiera tomado por su cuenta de buena gana la empresa de servir una de las piezas de cubierta; pero su cuerpo mutilado no era capaz de responder al heroísmo de su alma. Se contentaba con vigilar el servicio de la cartuchería, y con su voz y con su gesto alentaba a los que servían las piezas.