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No me hables de eso, Gil: Gil, no me hables de eso dijo fingiéndose incomodada doña Leoncia; que todos los hombres son unos engañosos, y está una muy escarmentada ... no ... digo ... muy.... Le han dicho á una lo que son los hombres ... Y si no, miren al prestamista de abajo que todos los días desayuna á su mujer con cincuenta palos. ¡Oh, Leoncia de mis pecados!

Y estoy tan escarmentada y recelo tanto mal de este involuntario fuego abrasador que brota a veces de mis ojos, que me propongo no mirar a nadie e ir siempre con la vista clavada en el suelo. Consérvese usted bien, mi bondadosa amiga, y pídale a Dios en sus oraciones que me devuelva el sosiego que tan espantoso lance me había robado. Manolita, personaje único. Salón elegante y rico. Es de noche.

Los entusiastas dábanle consejos a gritos. ¡Despáchalo pronto! Es un buey que no merece nada. El torero tendió su muleta ante la bestia, y ésta arremetió, pero con paso tardo, escarmentada por el tormento, con una intención manifiesta de aplastar, de herir, como si el martirio hubiese despertado su fiereza. Aquel hombre era el primero que se colocaba ante sus cuernos después del suplicio.

Si la ambición de doña Catalina hubiera sido otra, Quevedo hubiera tenido esperanzas de dominarla. Para con doña Catalina no había otro dominio que el amor, y estaba escarmentada, recelosa. Dime, don Francisco dijo doña Catalina sentándose sobre sus rodillas : ¿es cierto que sueñas grandezas?... ¿Yo?... ¿Que, porque las sueñas, te sirves de la soberbia y de la locura del duque Osuna?

Se veía cogido por una mujer justamente ofendida y enamorada, y no sabía cómo escapar de sus manos. Apeló, pues, á la fascinación del amor. Pero la condesa estaba ya escarmentada; no le creía, y el asunto iba haciéndose negro para Quevedo. Todo su ingenio se estrellaba contra el recelo de la condesa.

Escarmentada la plebe, no quiso fiar de nadie, mas que de misma, el triunfo de lo que llamaba su razón, y habiendo convocado el mayor número posible de gente al toque de campana, marchó á la carrera hacia la casa de Niebla, apoderóse de ella, armóse reciamente, sacó una bandera y piezas de artillería y fuese á dar libertad á los presos.

Algo le decían también a la señora de Santa Cruz las facciones del chiquitín; pero escarmentada y previsora, se contenía por no incurrir en la ridiculez de un chasco semejante al de marras. Estaba, pues, la señora, indecisa, sin resolverse a entusiasmarse; y las razones que Guillermina le dio para convencerla no la sacaron de aquella actitud reservada y suspicaz.

Durante, pues, todo el verano y hasta el principio del mes de octubre, momento en que ocurrieron casos importantes, que pronto hemos de referir, pudo muy bien doña Beatriz, nada experimentada ni escarmentada aún de la maledicencia de los madrileños, vivir tranquila y persuadida de que nadie la acusaba de ser la enamorada del Conde, y de que don Braulio no estaba en ridículo de resultas de haber sido tan bueno y tan complaciente con ella.

No había ido por la tarde al paseo del Prado; incomodábala mucho aquel eterno dar vueltas de los días de Carnaval, expuesta siempre a oír las desvergüenzas que escupen la envidia y la insolencia tras el anónimo de una careta... ¡Cuántas había escuchado ella antes de salir escarmentada!