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Gabriel sintió que le tiraban de la chaqueta, y al volverse vio a la jardinera. Ven, sobrino. Ya la tenemos ahí. Te espera en el claustro. Al salir, la señora Tomasa le mostró una mujer adosada al zócalo de piedra del jardín, encogida, envuelta en un mantón raído, con el pañuelo de la cabeza echado sobre los ojos. Gabriel no la hubiese conocido nunca.

Diego manifestó doña María con severo acento . Me enfada la bajeza de tus conceptos, que indican la ruindad de tus juicios. Si Inés fuera tu hermana, podrías tener esos escrúpulos; pero siendo tu futura esposa, cuanto has dicho es ridículo. Una gran señora, ¿ha de ser encogida y corta de genio como una novicia de convento? D. Diego, oído esto, se acercó de muy mal talante a sus hermanas.

Ora fuese artificio, ora costumbre, Los rayos de su luz tal vez crecian, Y tal vez daban encogida lumbre. Dos ninfas á sus lados asistian, De tan gentil donaire y apariencia, Que miradas las almas suspendian. De la del alto trono en la presencia Desplegaban sus labios en razones, Ricas en suavidad, pobres en ciencia.

El Canelo, con el rabo enroscado, marchaba delante, unas veces cerca, otras lejos, y parándose con frecuencia á ver si sus amos le seguían. Mientras no salvaron el puente caminaron en silencio. La condesa observaba con el rabillo del ojo y sonriendo picarescamente la actitud encogida y espantada de su acompañante. Al llegar á la carretera tuvo compasión de él y le dirigió la palabra.

Eso no; eso sería ridículo, y nada hay más contrario a la alteza y sonoridad de ciertas familias que verlas representadas en la corte por una damisela encogida, vergonzosa, que se asusta de la gente y no sabe decir más que <i>buenas tardes</i> y <i>buenas noches</i>. Pues maldita la gracia que me hace dijo D. Diego con desabrimiento ver a mi novia muy amartelada con lord Gray en este salón.

Su propósito era seguirlas; pero apenas pisaron la calle se metieron en el coche que estaba aguardando. No debió de quedarse tan triste ni asombrado aquel hidalgo de la leyenda que vio ante sus ojos pasar su propio entierro, como quedó don Juan mirando alejarse rápida mente la berlina Cristeta iba encogida y como acurrucada en el fondo del coche, medrosa por lo que acababa de hacer.

No había querido dar la conferencia, pero ofrecía algo más interesante: el espectáculo de un grande hombre, cuyos retratos figuraban en los periódicos, ayudando la misa de aquel obispo obscuro, que parecía aturdido por tal honor. Abandonaba a veces el abate su actitud encogida, para dirigir al oficiante como un maestro.

La una, tendida en un canapé, dormía el sueño de la borrachera; sentábase a sus pies el que hemos conocido por Carlos Tomás, y junto a ambos, encogida y rebajada a la mitad de su tamaño encorvábase la figura del señor Tomás, la mirada hosca, los codos sobre las rodillas y tapándose con las manos los oídos, como para evitar la voz triste y suplicante que parecía llenar los ámbitos de la habitación.

Moreno gastaba y gastaba mientras tuvo que gastar, y yo le iba enseñando los placeres de la vida. ¡Pobre tonto!... Quedó encogida en su asiento y con la cabeza baja después de hablar así. Parecía haberse empequeñecido. Al levantar los ojos encontraba la mirada severa del español y volvía á bajarlos, fijándolos en la botella.

Y se apartó de la cama para que viese a Margalida, oculta tras el capitán, encogida y vergonzosa ahora que el señor podía mirarla con ojos limpios de fiebre. ¡Ah, «Flor de almendro»!... La mirada de Jaime, tierna y dulce, la hizo enrojecer. Tuvo miedo de que el enfermo pudiera acordarse de lo que ella había hecho en los momentos más críticos, cuando estaba casi segura de que iba a morir.