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Estrellas errantes, bólidos, aerolitos.= Se da el nombre de estrellas errantes á unos meteoros que se presentan, en un cielo sereno, bajo el aspecto de puntos luminosos que corren por entre las estrellas. Diríase á primera vista que son estrellas desprendidas de la bóveda celeste, que caen y se apagan.

Se sale del paso lleno de barro, y se sube á una roca escalonada, por cuyas desiguales gradas se asciende temblando. Las salas, con bóvedas inmensas, suceden á los desfiladeros y éstos á las salas; montones de piedras desprendidas del techo se levantan como islas en medio del agua.

Por fin, el pino cae pesadamente sobre el suelo, rompiendo en su caída las ramas de los árboles vecinos. Los leñadores rodean al coloso caído; cortan las ramas y las extremidades flexibles, y luego, cuando está limpio el tronco, lo arrastran por las vertientes que rayan los flancos del monte y por las cuales corren las piedras desprendidas y las nieves fundidas en la altura.

También salían por intervalos torrentes de notas armoniosas desprendidas de un piano. La casa de Elorza era la primera de una calle estrecha y larga y guarnecida por ambos lados de soportal, como casi todas las de la villa de Nieva. Su fachada más importante miraba, pues, a esta calle; pero tenía otra con balcones a la plaza del pueblo, que era amplia y hermosa como la de una ciudad.

Verá uté, a me dedicó unos que tengo arriba guardados... Principiaban... Hojas del árbol caídas juguete del viento son... Las ilusiones perdidas hojas son ¡ay! desprendidas del árbol del corazón concluí yo. ¡Toma! ¿También usted los sabe? , señorita; son de Espronceda. No, hijo mío, que no son de ese caballero, que son de Pepe Ruiz; yo misma se los he visto escribir replicó con energía.

Todos sus cálculos se han deshecho como el humo, y sus magníficos sistemas son hojas secas que, desprendidas del árbol de la ciencia, no tardarán en pudrirse

Al borde mismo del mar, un sendero pedregoso pasaba por encima de un acantilado cuyo pie estaba horadado y formado por rocas desprendidas. Las olas se metían por entre los resquicios de la pizarra, en el corazón del monte, y se las veía saltar blancas y espumosas como surtidores de nieve. Algunos chicos no se atrevían a asomarse allí, de miedo al vértigo; a me atraía aquel precipicio.

Es un rio sin principio visible, rio de torbellinos y borbotones espumantes y de rocas de hielo desprendidas de los abismos interiores, que salta en ondas frenéticas sobre un lecho de pedriscos grises y arenas graníticas, haciendo un ruido ensordecedor que contrasta mucho con la majestad silenciosa de la gran fábrica helada de torrentes.

La eternidad de los castigos infernales fue muy pronto una idea vertiginosa, que anonadaba su mente. Entretanto, Jesús y la Virgen ya no eran las claras figuras desprendidas de los cuadros de Italia, sino luengos y pálidos espectros, bañados en un sudor de purgatorio, y cuyas pupilas parecían contemplar continuamente el dolor de las ánimas condenadas.

Era un magnífico provenzal, rubio, con largos cabellos de puntas rizadas y una barbita corta y primeriza que parecía formada por vedijas de metal fino desprendidas por el buril de su padre, el escultor en oro.