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El halcón lanzado en el espacio lo abarca con una sola mirada y divisa la casi invisible caza; así la raya desde las profundidades del Océano, al olor de una presa tentadora sube diligente en su busca. En ese mundo semi-obscuro, mundo de luces dudosas y engañadoras, sus habitantes fíanse en el olfato y en ocasiones al tacto. Los que, como el esturión, excavan el fango, tienen un tacto exquisito.

¡Es un halcón que está de caza! dijo Marcos interrumpiéndose. Mas en el mismo instante pasó una sombra por el peñón. Era una bandada de pinzones que volaba sobre el abismo, y centenares de halcones y gavilanes se agitaban sobre ellos, dando vertiginosas vueltas y gritos estridentes para azorar a su presa, mientras que la bandada parecía inmóvil, de densa que era.

Acomodada, pues, la albarda, y quiriendo don Quijote levantar a su encantada señora en los brazos sobre la jumenta, la señora, levantándose del suelo, le quitó de aquel trabajo, porque, haciéndose algún tanto atrás, tomó una corridica, y, puestas ambas manos sobre las ancas de la pollina, dio con su cuerpo, más ligero que un halcón, sobre la albarda, y quedó a horcajadas, como si fuera hombre; y entonces dijo Sancho: ¡Vive Roque, que es la señora nuestra ama más ligera que un acotán, y que puede enseñar a subir a la jineta al más diestro cordobés o mejicano!

Mírala sentada y pensativa hora tras hora, ó paseando por la terraza del castillo, olvidada de su halcón, de Trovador y de la caza. Sospecho, amigo Roger, que tanto estudio y tanta ciencia como le enseñas sean tarea demasiado pesada para ella, que poco ó nada estudiaba antes, y la preocupen y aun puedan llegar á enfermarle el ánimo y el cuerpo. Orden es de la baronesa, su señora madre....

Diciendo esto, corría la hermosa doncella por el centro del arroyo, llevando posado en el hombro su asustado halcón, apartando rápidamente con las manos las ramas que le impedían el paso, saltando á veces de piedra en piedra y ganando terreno con ligereza tanta que á Roger le costaba trabajo seguirla.

13 Y de las aves, éstas tendréis en abominación; no se comerán, serán abominación: el águila, el quebrantahuesos, el esmerejón, 14 el milano, y el buitre según su especie; 15 todo cuervo según su especie; 16 el avestruz, y el mochuelo, y la gaceta, y el gavilán según su especie; 17 y el halcón, y la gaviota, y la lechuza, 18 y el calamón, y el cisne, y el pelícano,

«Habitaba en la fortaleza de Almodovar un rey, que yendo un dia de caza, soltó tras una perdiz un halcon muy querido que tenia, en una floresta donde despues andando el tiempo vino á formarse la ciudad de Córdoba.

Era tan endeble que la mayor parte del año estaba enfermo, y su entendimiento no veía nunca claro en los senos de la ciencia, ni se apoderaba de una idea sino después de echarle muchas lazadas como si la amarrara. Usaba de su escasa memoria como de un ave de cetrería para cazar las ideas; pero el halcón se le marchaba a lo mejor, dejándole con la boca abierta y mirando al cielo.

Armamos nuestra diestra con tu rayo Para acorrer la patria en su orfandad, Dando al viento de nuevo los colores Que engalanó en los nítidos albores De nuestra patria el sol de libertad. Pero la diestra que mi patria azota La revolcó en el campo de la rota, Y vió abatido su inmortal pendon; Los cruzados de Mayo sucumbieron Y á las playas de Oriente se acojieron Cual la paloma que huye del halcon.

Por último diremos que en ocasiones, fueron también objeto de regalo los desdichados moros, hechos prisioneros por nuestros soldados, según consta en un libramiento de la Ciudad hecho á 1.º de Diciembre de 1488 en favor de Gonzalo Gómez de Cervantes y del comendador Juan de la Parra, «de 50000 maravedises por ciertos moros y moras del Rey y de la Reyna» que la Ciudad regaló al Maestre de Santiago y además 30 doblas de oro castellanas, que se pagaron á Luís Diaz de Toledo por un halcón que se envió también como obsequio al mencionado Maestre.