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Como aquí no tenemos Morgue, es preciso renunciar á un buen efecto finalAsí habló el realista D. Marcos. Cantarranas estaba más nervioso que nunca, y la poetisa sacó un pomito de esencias, para aplicarlo al cartucho que tenía por nariz: este singular pomito era el flacon que había visto en todas las novelas francesas.

La poetisa se hallaba en un paroxismo de furor secreto. ¿Cómo podía yo decidirme por una solución contraria á las ideas de Cantarranas, cuando éste era mi Mecenas, ó, para valerme de una de sus más queridas figuras, corpulento roble que daba sombra á este modesto hisopo de los campos literarios?

¡Qué horror! exclamó la poetisa tapándose la cara con las manos. ¡Se va á tiznar! ¡Si al menos tuviera donde lavarse antes de presentarse á ella!... No importa que se tizne continuó el novelista. Yo pintaría á la dama muy hermosa, , pero con una contracción en el rostro que denotara sus feroces instintos.

La premura del tiempo me incita además a no hablar de la gran poetisa, para consagrarme todo, en lo que puedo decir aún sin fatigar vuestra atención, a otra mujer, a otra poetisa harto más asombrosa, hija de nuestra España y una de sus glorias mayores y más puras; la cual, aun considerándolo todo profanamente, me atrevo a decir, sin pecar de hiperbólico, que vale más que cuantas mujeres escribieron en el mundo.

Se engaña usted, Rodolfo. Angelina es dueña de ese corazón. Lo , no me cabe duda... mi perspicacia de mujer supo descubrirlo ha tiempo. El nombre de Angelina suena en los oídos de usted como celeste melodía. ¡Ya usted lo ! Me estoy volviendo poetisa.... Ustedes se aman. ¿Nada le ha dicho usted? Algún día le confesará usted que la ama.

No pararon los irritados combatientes hasta que D. Marcos no derramó sangre á raudales, rasguñado por la poetisa; hasta que ésta no se desmayó, dejando caer sus postizos bucles, y haciéndome en la frente un chichón del tamaño de una nuez; hasta que el Duque no se le fraccionó en dos pedazos completos la mejor levita que tenía; hasta que Carranza no perdió sus espejuelos y la peluca, que era bermeja y muy sebosa.

En los versos a la poetisa peruana Amarilis dice así: "Dejé las galas que seglar vestía; ordenéme, Amarilis; que importaba el ordenarme a la desorden mía." Pronto sabremos lo que había de durar aquel orden en Lope. Trasládase a Toledo, en marzo de aquel año, y, por su correspondencia con el Duque, podemos seguir los preliminares, no sobrado místicos, de su dedicación eclesiástica.

¡Ay! ¡ay! observó la poetisa; eso de las murgas es deplorable. Ya ha vuelto usted á caer en la sentinaAl oir esto, otro de los personajes que me escuchaban rompió por primera vez su silencio, y con atronadora voz, dando en la mesa un puñetazo que nos asustó á todos, dijo: «No está sino muy bien, magnífico, sorprendente.

Allí se ve también a miss Carolina Godwin, poetisa lírica muy apreciada en Inglaterra, no muy joven y nada linda, aunque gusta a algunos por sus monadas de pájaro asustado y por una especie de gorjeo de que se sirve para expresar sentimientos supraterrestres e ideas de una elevación que causa vértigos.

Quiso intervenir Cantarranas, y como la poetisa dijese no qué tontería de las muchas que tenía en la cabeza, D. Marcos la increpó duramente; salió á defenderla con singular tesón el Duque, y recibió de pasada, y como sin querer, un furibundo sopapo. Desde entonces fué aquello un campo de Agramante, y es imposible pintar el jaleo que se armó.