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228 Y como con la justicia no andaba bien por allí, cuanto pataliar lo vi, y el pulpero pegó el grito, ya pa el palenque salí como haciéndome chiquito. 229 Monté y me encomendé a Dios, rumbiando para otro pago, que el gaucho que llaman vago no puede tener querencia, y ansí de estrago en estrago vive llorando la ausencia.

Leonora le miraba fijamente con aquellos ojazos que brillaban en la sombra con el fulgor de una fiera en celo. Te devoraría murmuraba con voz grave que parecía un rugido lejano. Siento impulsos de comerte, mi cielo, mi rey, mi dios... ¿Qué me has dado, di, niño? ¿cómo has podido enloquecerme, haciéndome sentir lo que nunca había sentido?

Era gran tirador según observé a los primeros golpes; y como yo no poseía en tal alto grado los secretos del arte y él no tenía entonces en su cerebro todo aquel buen asiento y equilibrio que indican una organización educada en la sobriedad, jugaba con gran pesadez de brazo, haciéndome más daño del que correspondía a un simple entretenimiento.

Al mediodía, mi madre me hacía subir al desván y me alzaba en sus brazos para que mi desgraciado padre pudiera verme, haciéndome extender mis manecitas hacia las rejas de la prisión, y devorándome después a besos.

Había conocido un dia, en el Jeneralife, al capitán de los Gitano de Granada, hablando con él para que nos hiciese preparar una danza, objeto que provoca mucho la curiosidad de los viajeros. El capitán, albéitar de profesión, me había impresionado vivamente, haciéndome simpatizar con su raza.

D. Nemesio se alzó del asiento restregándose los ojos, y apenas lo hizo soltó el chorro de nuevo, haciéndome sabedor de los lances curiosos que le habían pasado en los diferentes viajes que había corrido por aquella línea.

No podía mirar a cualquier parte sin que me llamasen con la mano o los labios, haciéndome alguna vez muecas groseras y obscenas. A duras penas el miedo del inspector y la maestra las retenía. Si me fijaba en alguna más linda que las otras al instante me clavaba sus grandes ojos fieros y burlones, diciendo en voz alta: Atención, niñas, que ese señor viene por .

En la estancia donde nos paramos no encontré más adornos que enormes tinajas enclavadas en la tierra, y sentándose y haciéndome sentar el soldado sobre las tapas de hierro que las cubría, me relató el encanto y el prodigio más estupendo que puede forjar la imaginación más maravillosa.

Vuélvete, si quieres, a Susa, pero no digas que vivo aún, para que no se escandalicen los magos, y para que sigan teniendo un ejemplo reciente de santidad a que recurrir. Nanar se vengó de mi ruda y desaliñada virtud haciéndome prisionero y mandando que me enjabonasen y fregasen con un estropajo.

Cuando acabó de hablar con el alcalde, se levantó, y haciéndome una seña me presentó a aquel honrado personaje, a quien no solamente saludé, sino que, en cumplimiento de mis deberes militares, me presenté oficialmente, habiéndome excusado él con suma bondad de la fórmula de presentación en la casa municipal esa noche, aunque ofrecí poner en sus manos mi pasaporte al día siguiente.