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En vano pretendió su mujer recobrar el perdido ascendiente: Quintín estaba desconocido: tan pronto se enfurecía por un quítame allá esas pajas, como respondía a las lágrimas con desdeñoso encogimiento de hombros, acabando por quedarse impasible, a modo de ídolo chino de los que se contemplan el ombligo, con lo cual ella llegaba al paroxismo de la cólera.

D. Laureano vio un agente de policía acercarse y, envalentonado, se atrevió a decir con tono despreciativo: Anda, anda, sigue tu camino, que todo lo que te he quitado te lo he pagado en buenos billetes de Banco. Los ojos de Concha relampaguearon como los de una pantera. ¿Dinero por mi honra, canalla? gritó en el paroxismo de la cólera.

En el centro de la pieza hallábase la mesa, que sostenía un candil de cuatro mecheros, y junto a ella, sentados en sendas sillas de cuero, que lastimosamente gemían al menor movimiento, estaban los tres personajes cuya conversación hirió mis oídos cuando volví de un largo paroxismo.

Es el summum de la belleza á quien se le aplica, y el paroxismo del amor en el lenguaje de los amantes.

Momentos después del altercado, mi tía Medea se había visto atacada súbitamente de una abundante evacuación de sangre por las narices; pero en el paroxismo de su cólera, temblando nerviosamente de ira, se había contentado con sorber en abundancia y ruidosamente grandes cantidades de agua salada, atarse fuertemente el brazo derecho o ponerse en los lujuriosos rodetes de su nuca adiposa la llave consabida que aconseja la terapéutica popular.

En él, como en Daudet, la producción es violentísima; produce de un tirón, rápidamente y como delirando. A veces se le oye exclamar: «¡Ah, tunanta!»... O bien: «¡Ah, miserable, ya eres mío!...» La cólera de sus personajes le quema, irritándole hasta el paroxismo, obligándole á salpicar el primer original de sus obras de interjecciones y frases soeces.

De la confianza cariñosa de que me hablaba el otro día, al salir yo de aquel paroxismo, estoy también enamorada, quiero también que sea como lo dijo mi hermano.

Antojáronsele cerezas frescas en el mes de Diciembre, y no cabiendo en lo humano adquirirlas así a ningún precio, ni falsificarlas, como se había hecho con tantas otras cosas falsificables en idénticos casos, creció con el obstáculo la fuerza de su empeño, llegó la corajina al paroxismo; y aquel hilillo tenue de vida, a tan duras penas conservado, se quebró de pronto como el de una tela de araña, sin un sonido ni una vibración.

En el paroxismo de su ira oyó Andrés el nombre de Carmencita. ¿No sabes? le decía su hermana, serena en medio de aquella borrasca : «la dejó plantada». El bárbaro mozo se calmó de repente, deteniendo el trueno de su voz ante la imagen seductora de la niña. ¿Dónde está? preguntó ansioso. No ; ahí, por algún rincón; está muy triste. Quiero verla rugió el monstruo.

Esperaba ser bastante fuerte para dominarse; pero al volver a ver a la joven, después de una ausencia de dos meses, se dio cuenta de que su mal, en vez de calmarse, llegaba al paroxismo, y que nunca podría ser para ella un simple amigo. Estaba en este punto de sus reflexiones, cuando el señor Aubry se aproximó a él: Y bien, Juan, ¿en qué piensas?