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No creo que este ejército pueda tener grandes descalabros; pero lo que está sucediendo en otras partes, causa en nuestras filas un efecto tristísimo. El triunfo de Oristá, la victoria obtenida por Savalls en San Quintín de Besora, la muerte de Cabrinety, la toma de Igualada y el desastre de Albiol, en que nuestros prisioneros perecieron, muertos a bayonetazos, han envalentonado mucho al enemigo.

Casos por el estilo habían ocurrido ya y debían estar consignados en los archivos y anales del infierno. Así, por ejemplo el del monje Teófilo, y el de Cipriano, mágico prodigioso de Antioquía. Para un sujeto travieso y listo, fundado en la tontería del diablo y envalentonado con tan curiosos precedentes, un pacto con el diablo ha de ser una ganga de la que debe sacar mil provechos y ventajas.

D. Laureano vio un agente de policía acercarse y, envalentonado, se atrevió a decir con tono despreciativo: Anda, anda, sigue tu camino, que todo lo que te he quitado te lo he pagado en buenos billetes de Banco. Los ojos de Concha relampaguearon como los de una pantera. ¿Dinero por mi honra, canalla? gritó en el paroxismo de la cólera.

Cuando, pocos minutos después, hábilmente la sitiaba junto a una ventana del comedor, mientras Víctor iba con Paco a las habitaciones de este a ponerse el batín ancho y corto, la Regenta necesitó recordar, para mantenerse fría y serena, que nada serio había habido entre ella y aquel hombre; que las miradas que podían haberle envalentonado no eran compromisos de los que echa en cara ningún hombre de mundo.

Un gran perro gris estaba extendido cerca de él y amo y perro parecían dormir. Sin embargo, la mano del hombre tenía cogido el collar del perro como para contenerle. El mastín de la granja, envalentonado por aquella inmovilidad, ladró con furia y enseñó los dientes. ¡Es increible! dijo Bobart en voz alta. ¡Un borracho en el mismo sitio que ayer. Parece que le han tomado afición!

A reina va, y lo hago cuestión personal añadió envalentonado Trabuco, dándose un puñetazo en el pecho. Y el contrario, sin querer, le dejó otra casilla libre. Y así, de una en otra, jugándose la vida en todas ellas, convirtió el peón en reina, y ganó el juego el enérgico diputado provincial de Pernueces.

Bien la merece; pero, después de todo, el pobre Fernandito es quien tiene la culpa continuó Currita con aire de pacientísima esposa . Se empeñó en que su amigo Juanito Velarde había de ser secretario particular de don Amadeo, habló al ministro, este le ayudó, y envalentonado con eso, se ha atrevido a tanto el señor ministro... Lo que yo le decía a Fernandito: si le das el pie a esa gente, se tomarán la mano... En fin, hija, el presidente del Consejo en persona estuvo a hacerme la propuesta... ¡Por supuesto que yo no lo recibí; Fernandito se entendió con él, y tuvieron una escena!... Yo, muerta de susto, porque creí que lo iba a plantar en la calle y acabaría la cuestión a tiros... En fin, se fue por donde había venido, con las orejas calientes; y sabe Dios lo que en venganza dirán de ahora... Esto ha sido todo; por eso, cuando al entrar el himno y vi el saludo de Gorito, creí que era una broma que ustedes me daban...

Entonces, envalentonado él por la soledad y aún mas por la emoción que el semblante de Cristeta revelaba, la alcanzó, cogiéndola por una manga del abrigo, al mismo tiempo que con voz trémula e intención resuelta, decía: ¡No te irás! no puedes ser de nadie más que mía. ¿Entiendes? ¡Mía o de nadie! Te digo que me dejes. ¡No eres caballero!

Por no mirar a Sabel, Julián se fijaba en el chiquillo, que envalentonado con aquella ojeada simpática, fue poco a poco deslizándose hasta llegar a introducirse entre las rodillas del capellán. Instalado allí, alzó su cara desvergonzada y risueña, y tirando a Julián del chaleco, murmuró en tono suplicante: ¿Me lo da? Todo el mundo se reía a carcajadas: el capellán no comprendía.

Doña Franquista, creyendo que su mal humor era rabia por habérsele frustrado la aventura que ella evitó, le oía refunfuñar y maldecir sin hacerle pizca de caso, hasta que irritado con aquella ofensiva indiferencia y envalentonado por su senil amor, llegó a convertirse en tiranuelo del hogar donde dos años antes tenía idéntica autoridad que el gato.