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Por las terrazas, enormes serpientes veneradas como dioses, se iban arrastrando, ya entorpecidas por el frío. Y aquí y allá, al pasar, encontrábamos budistas decrépitos, secos como pergaminos y nudosos como raíces, entrecruzados de piernas en el suelo bajo los sicomoros, inmóviles como ídolos, contemplándose incesantemente el ombligo en espera de la perfección del Nirvana.

La macana con furia fuerte afierra, Y espera con esfuerzo al enemigo: Urambía la pica cala y cierra, Y diérale por medio del ombligo; Mas Curemo diò un salto de la tierra, Y con tan grande maña dió consigo A un lado, que pasò la pica en vano, Y así quedó Curemo desta sano.

Ya se había alejado el guardia, luego de hacerle unas cosquillas en el ombligo, cuando todavía guardaba su actitud de hombre temible. Después corrió hacia el grupo de mozas, para ufanarse del peligro que acababa de arrostrar. Afortunadamente, el cuchillo del abuelo estaba en casa, bien guardado por su padre en un lugar que él desconocía. «Si llego a traerlo, me lo quitan

Pero a no se me encoge el ombligo murmuró en voz audible la duquesa, según subía las escaleras, par a par de un familiar de Su Ilustrísima, clérigo bisoño y doliente, el cual, oyendo esta expresión extraña y para él inexplicable, fué víctima de un ataque de turbación tan intenso, que tropezó en un peldaño y a poco cae de bruces.

El demonio que acierte de qué hechizo se ha valido esa agua-mala para cortarle a usted y a don Federico el ombligo. ¡Mire usted una gaviota leía y escribía!... ¿Quién ha visto eso?

Y contaba cómo se había curado de una indigestion mojándose el ombligo con el agua bendita al mismo tiempo que rezaba el Sanctus Deus, y recomendaba el remedio á los presentes cuando padezcan disenterías ó ventosidades ó reine la peste, solo que entonces deben rezar en español: Santo Dios Santo fuerte Santo inmortal Líbranos señor de la peste Y de todo mal.

Atravesó suburbios poblados por gente de raza africana, en los cuales el sonido de la trompa hacía asomar a las puertas unas negras enormes, tetudas, encorvadas por el volumen de sus vientres colgantes, y hacía correr tras de las ruedas un sinnúmero de pequeños diablos desnudos, con la cabeza como una bola de estopa aceitosa, y ostentando en mitad de su abdomen el ombligo en relieve igual a un botón.

Y todo lo juraba por su conciencia, aunque yo pienso que conciencia en mercader es como virgo en cantonera, que se vende sin haberle. Nadie, casi, tiene conciencia, de todos los de este trato; porque, como oyen decir que muerde por muy poco, han dado en dejarla con el ombligo en naciendo.

Ahí está precisamente el pecado. A causa de su mérito se persigue a los hombres, como al almizclero por la bolsa donde guarda el almizcle. Este símil zoológico causó tan profunda sensación en Sánchez que, con la viva imaginación que le caracterizaba, desde aquel día, cuando tropezaba con un hombre de mérito, no podía representárselo sin una bolsita llena de sustancia aromática debajo del ombligo.

Oímos un chapoteo en el agua; creímos que era un caimán que se escurría entre las cañas bravas. De repente, pim... un tiro. ¡Ellos!... Al instante toda nuestra gente se echa los fusiles a la cara. Ta-ra-ra-trap... Un negrazo salta sobre , y zas, le meto el machete por el ombligo y se lo saco por el lomo... No me he visto en otra, hija».