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Y la mano hacía señas impacientes y furiosas, semejante a diestra de epiléptico que se agita en el aire: sus cinco dedos eran aspas incesantes en girar, y Lucía, desalentada, jadeante, iba a escape, y a cada plátano sucedía otro, y la casa lejos... lejos... «¡Necia de miexclamaba al fin; «ya que corriendo no llego nunca... volaréDicho y hecho: como se vuela tan aína en sueños, Lucía se empinaba y.... ¡pim! al aire de un brinco. ¡Oh placer! ¡oh gloria! el erial quedaba debajo; surcaba la región ambiente, pura, serena, azul, y ya la casa no estaba lejos, y ya se acababan los eternos plátanos, y ya distinguía el cuerpo dueño de la mano... era un cuerpo esbelto sin delgadez, dignamente rematado por una cabeza varonil y melancólica... pero que entonces se sonreía cariñosamente, con expansión infinita.... ¡Cómo volaba Lucía! ¡cómo respiraba a placer en la atmósfera serena! ánimo, poco falta.... Lucía escuchaba el batir de sus propias alas, porque tenía alas; y el regalado frescor de las plumas le refrigeraba el corazón.... Ya estaba cerca de la ventana....

Palabras sueltas llegaban... que si era santa de pega; que si era una ladrona que se fingía beata para robar mejor... que si era una lame-cirios y chupa-lámparas... En fin, aquello se iba poniendo malo, y no tardó en demostrarlo una piedra, ¡pim! lanzada por mano vigorosa, y que Benina recibió en la paletilla... Al poco rato, ¡pim, pam! otra y otras.

Esta razón hizo efecto grande en el ánimo de Rubín. «No importa que estés aquí. Con tal que no me hables, estudiaré. Viéndote, parece que comprendo mejor las cosas, y que se me abren las compuertas del entendimiento. Te pones aquí, a tu costura, yo a mis libros. Cuando me siento muy torpe, ¡pim!, te miro y al momento me despabilo».

A veces se dispara la cerbatana en guerrilla; entonces se escoge por blanco el farolillo de un escarolero, el fanal de un confitero, las botellas de una tienda; objetos todos en que produce el barro cocido un sonido sonoro y argentino. ¡Pim! las ansias mortales, las agonías, y los votos del gallego y del fabricante de merengues, son el alimento del calavera.

A lo mejor, cualquier chusco se lo canta y ya tenemos jaqueca para rato... ¡Como no le por venir a matarme!... Eso tendrá que ver. Pero muy descuidada habría de cogerme, porque le deshago yo de un par de porrazos... Pero, ¿y si entra, se esconde, me acecha, y ¡pim!, me pega un tiro?... No; yo tengo que estar con mucho cuidado. Ni a Cristo le abro yo la puerta.

El español lánzase furioso tras él, lo alcanza en la calle, y ¡pim, pam! por dos veces lo abofetea en los carrillos... El Iscariote se arrodilla con los brazos en cruz... El español, un poco avergonzado, vuelve a entrar en la tienda... Al verlo se levanta el judío y pasea una mirada socarrona por la abigarrada multitud que lo rodea.

Oímos un chapoteo en el agua; creímos que era un caimán que se escurría entre las cañas bravas. De repente, pim... un tiro. ¡Ellos!... Al instante toda nuestra gente se echa los fusiles a la cara. Ta-ra-ra-trap... Un negrazo salta sobre , y zas, le meto el machete por el ombligo y se lo saco por el lomo... No me he visto en otra, hija».