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Y a los pocos días, si no le embromaban, él mismo tomaba la iniciativa. ¡Estoy maravillado! Hoy me relató Concha desde Moisés hasta el cautiverio de Babilonia sin errar un punto. Bueno; ¿y el amor cómo marcha? preguntó uno. Eso es clase de adorno. Se deja para lo último repuso con amable y cínica sonrisa el viejo elegante.

Murmurábase en la ciudad de tal diferencia: los que nunca habían pisado los salones de la casa, embromaban a los que a diario los visitaban: respondían éstos negando la especie; pero aunque secretamente humillados, respetaban la feudal costumbre: nadie era osado a dar las tres campanadas del segundo estamento.

Para lo cual, cediendo á su inveterada costumbre de caracterizarse, se vistió de pies á cabeza, y se tiñó la nariz y las mejillas de rojo, dándose de ese modo á mismo la impresión de que era un cochero borracho. Sus camaradas le embromaban por aquel celo, que estimaban inútil. Pero él repuso: No lo creáis: esto me ayuda á «entonar las palabras».

Por lo que no se guardó ya tanto de él: festejaba á la tabernera con su habitual desembarazo y sostenía con ella, hasta en presencia del guapo, largos apartes en los cuales se embromaban y reían como locos. La desazón de Velázquez era tan grande que para nadie pasó inadvertida. Se hicieron comentarios en voz baja y no faltó quien reconviniese á Antonio por su conducta.

Algunos, con ciertas precauciones por supuesto, porque D. Romualdo se disparaba fácilmente, le embromaban con ella. En cierta ocasión, pescando con caña detrás de la iglesia, sacó en el anzuelo un naipe que resultó ser el tres de bastos. No le cupo duda de que lo habían tirado allí con intención, pero no dijo palabra para que no se rieran.

Velázquez alzó los hombros y le respondió con el mismo desenfado. El vino hizo al cabo su tarea. Poco á poco los rostros se fueron animando y las lenguas se desataron, produciendo un gracioso oleaje de chistes y agudezas. Quien hizo mayor gasto, como siempre, fué Antoñico. Estaba más flaco que antes y descolorido; apenas comía. Sus amigos le embromaban por esta falta de apetito.

Por último, al cabo de un rato acostaron al barco Pepe de Chiclana, su mujer y Soledad. En la subida hubo bastante jarana y no pocos sustos. Las mujeres temblaban de confiarse á la frágil escala. Con el susto no se guardaban siquiera de mostrar las piernas á los marineros que se quedaban en la lancha. Los hombres las embromaban sobre esta despreocupación así que estaban arriba.

Había juzgado al principio que era cosa de pocos días que aquel hombre se le declarase, y cuanto más tiempo transcurría más lejos veía esta declaración. Por otra parte, sus conocidos la embromaban y ya se hablaba en el pueblo no poco de aquellas supuestas relaciones amorosas. La noticia de que Reynoso se iba otra vez a América cayó como una bomba en la pequeña tienda de doña Dámasa.

Cuando joven había mostrado una naturaleza tan púdica que rayaba por su exageración en lo ridículo. Sus amigas la embromaban no pocas veces afectando cierta libertad en el hablar. Tan castísimos eran los oídos de la doncella de los Oscos, que los de una miss inglesa parecerían los de un sargento a su lado.

Y la muchacha iba ascendiendo a personaje político. En la ciudad comenzaban a conocerla, y hasta oyó una vez, al pasar por la calle Mayor, que murmuraban en un corrillo de hombres: «Esa es la cigarrera guapa que amotina a las otras». En su barrio todos la embromaban: el mancebo de la barbería pronunciaba un festivo «¡Viva la Repúblicasiempre que Amparo cruzaba ante su puerta; y la señora Porreta murmuraba con voz cascajosa y opaca: «Salú y liquidación sosial». Si alguien cree que fue rápida la metamorfosis de la niña callejera en agitadora y oradora demagógica, tenga en cuenta que más prontamente aún que la Fábrica de tabacos de Marineda, se gaseó la nación hispana. Ni visto ni oído. Contaba la Gloriosa menos de un año, y ya nadie sabía a qué santo encomendarse, ni a dónde íbamos a parar, ni dónde dar de cabeza. Abundaban las manifestaciones pacíficas, acabando siempre como el rosario de la aurora. En la frontera, agitación carlista; el Gobierno interna que te internarás, y los internados acá, volviendo a meterse en España media legua más allá, mientras en Madrid se fabricaban activamente, y sin gran reserva, fornituras, arneses y mantillas, que en los ángulos lucían una corona y las iniciales C. VII, y en Vitoria recorrían las calles grupos de jóvenes con boina blanca y garrote en mano, victoreando a las mismas iniciales. A bien que en Puerto Rico la guarnición aclamaba otras cosas, y en