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Mas estas cualidades se contrarrestaban por un carácter débil, fantástico, sombrío, el cual le venía, sin duda, de la familia de su madre. D.ª María Gayoso, condesa viuda de Onís, hija del barón de los Oscos, era un ser original, tan excepcionalmente original que rayaba en lo inverosímil.

En una gran sala de la casa solariega de los Oscos, amueblada con cuatro trastos viejos, tapizada con dos dedos de polvo, se encuentran sentados a una antigua mesa de roble dos conocidos personajes de esta historia. Uno es el propio barón, dueño de la casa. El otro, su amigo Fray Diego. Tienen delante un tarro de ginebra vacío, otro a medio vaciar y sendas copas.

Realmente el barón de los Oscos en tal momento, con su rostro desfigurado, los ojos encarnizados, los grandes bigotes empalmados con las patillas, cerdosos y erizados, y el formidable torso pegado al caballo, era una figura que infundía espanto. Había que remontarse con la fantasía a la irrupción de los bárbaros para hallar algo semejante.

Cuando joven había mostrado una naturaleza tan púdica que rayaba por su exageración en lo ridículo. Sus amigas la embromaban no pocas veces afectando cierta libertad en el hablar. Tan castísimos eran los oídos de la doncella de los Oscos, que los de una miss inglesa parecerían los de un sargento a su lado.

Ahí está el barón y su criado dijo Manuel Antonio. Era la hora, en efecto, en que el excéntrico barón de los Oscos salía a dar su paseo habitual por las calles de Lancia. Su famoso caballo las desempedraba haciendo cabriolas, levantando tal estrépito que, aun siendo el corcel de su criado mucho más paciente, parecía que atravesaba la ciudad un escuadrón.

Como su rostro era ya de lo más desgraciado que pudiera verse, aquel surco sinuoso y colorado acabó de prestarle una apariencia monstruosa y hasta temible. Era más joven que su hermana María. No llegaba aún a los cincuenta años. Vivía célibe y solo en la casa solariega que los Oscos tenían en la calle del Pozo, nada magnífica por cierto.

Sin embargo, Amalia replicó descaradamente: No tengo ese honor. Soy el barón de los Oscos. La dama hizo una inclinación de cabeza. Paula dijo dirigiéndose a una criada que había acudido, llévate esa chica. , Pepe, enciende las lámparas del gabinete azul.

No tenía más que un hermano, el actual barón de los Oscos. También era un ser original y excéntrico. Al comenzar la guerra civil se pasó al bando del Pretendiente e ingresó en su ejército, pero a condición de servir como soldado raso. Toda la campaña hizo de esta suerte.