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Desnoyers sonrió levemente. ¿A qué iba á estar pronto su ilustre amigo? ¿De qué podía servir, simple mirón como él, y emocionado indudablemente por lo nuevo del espectáculo?... Sonaron á sus espaldas un sinnúmero de timbres: vibraciones que llamaban, vibraciones que respondían. Los tubos acústicos parecían hincharse con el galope de las palabras.

La sobrina se quejaba a don Antolín. No la hacían caso, la despreciaban; ya no venía ninguna mujer a ayudarla gratuitamente en sus faenas. La respondían insolentemente que la que necesitase criadas debía pagarlas. ¿En qué pensaba su tío? Ya era hora de imponer su autoridad, de meter en un puño a la gentuza.

Aquellos quejidos se hacían cada vez más lastimeros, y en el silencio de los montes cercanos, unos en sombra y otros iluminados por la Luna, en medio de la absoluta quietud de los arbustos que se doblaban por el peso de la nieve, los ecos lejanos respondían al lúgubre concierto con voz tan misteriosa, que el pobre pastor se hallaba poseído de un horror de que guardaría memoria durante toda su vida.

Sus conocidos y amigos no le asistían a una sola cita, ni avisaban cuando faltaban, ni respondían a sus esquelas. ¡Qué formalidad y qué exactitud! ¿Qué os parece de esta tierra, monsieur Sans-délai? le dije al llegar a estas pruebas. Me parece que son hombres singulares... Pues así son todos. No comerán por no llevar la comida a la boca.

, Periquillo, estás perdonado repuso haciendo una mueca graciosa y soltando el dedo para apretar la mano del joven. ¡Ay, bien qu'ora la castiga! ¡Ay, bien que la castigaba! Y mejor enterados los otros, respondían: ¡Ay, con varillas de oliva! ¡Ay, con varillas de malva!

Los burlados contestaban á la sorna con una carcajada, al pastel gubernamental respondían con un plato de pansit, ¡y todavía! Se reía, se chanceaba, pero era visible que en la alegría había esfuerzo; las risas vibraban de cierto temblor nervioso, de los ojos saltaban rápidas chispas y en más de uno se vió una lágrima brillar. Y sin embargo, aquellos jóvenes eran crueles, ¡eran injustos!

Veremos quién más puede respondían los otros. Los dos bandos que habían nacido años antes y crecían lentamente, aunque todavía débiles, torpes y sin brío, iban sacudiendo los andadores, soltaban el pecho y la papilla y se llevaban las manos a la boca, sintiendo que les nacían los dientes. Despedime de Amaranta y su amiga, prometiendo visitarlas al día siguiente, como en efecto lo hice.

Artegui era elocuente, cuando a hablar se resolvía; detallaba las costumbres del país, contaba pormenores de los pueblecitos, hasta de los caseríos entrevistos al paso. A su voz, respondían unas pupilas fijas y atentas, un rostro que escuchaba todo él, mudando de expresión según el narrador quería.

Á estos gritos desgarradores respondían lúgubremente los aullidos del perro que daba vueltas en torno de la hoguera, espantado y trémulo. Un espectador se desplomó y cayó con ruido sordo sobre el césped. Todos acudieron á aquel sitio. Era el señorito Octavio que se había desmayado. Inmediatamente que lo levantaron recobró el conocimiento.

En primer lugar, una curiosidad vivaz y ardiente; luego, la idea de que cada hora de marcha me alejaba tres de la patria; y arriba de los estremecimientos del cuerpo por los martirios físicos que entreveía, graves preocupaciones que respondían a mi posición oficial, que no tienen nada que ver con estas páginas íntimas.