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De su tío Nepomuceno sabía, por murmuraciones del primo Sebastián y de Eufemia, que tenía una pasión de viejo por una alemana, hija de un ingeniero industrial, M. Körner, químico notable que había venido a ciertos trabajos metalúrgicos. Sin duda el tío quiere hacerse rico a todo trance, y pronto, para seducir con su fortuna, ya que no puede con sus patillas cenicientas, a la hija de ese alemán.

A la izquierda, y precisamente donde empezaban á amontonarse algunas cenicientas nubes, divisábase un rompimiento de la cordillera, que me dijeron daba paso al Desierto de las Palmas.

Doña Rebeca iba delante, montada en una escoba; llevaba a medio cubrir las piernas, secas y nudosas como leños, y en los pies unas alpargatas cenicientas.

La peregrinación prosiguió a lo largo de unas mesas en las cuales, bajo toldos de madera, estaban apiladas las frutas del tiempo: las manzanas amarillas con la transparencia lustrosa de la cera; las peras cenicientas y rugosas atadas en racimos y colgantes de los clavos; las naranjas doradas formando pirámides sobre un trozo de arpillera, y los melones mustios por una larga conservación, estrangulados por el cordel que los sostenía días antes de los costillares de la barraca, con la corteza blanducha, pero guardando en su interior la frescura de la nieve y la empalagosa dulzura de la miel.

Pero, con esto, tan paciente, tan sufrida, que nunca se la oyó una palabra de censura contra su padre. Ni Gregoria ni Casilda eran bellas; rubias cenicientas ambas, y de ojos que ni eran verdes ni azules, ni tenían color definido; eran de buen talle y de mejor andar, más graciosa Casilda que Gregoria y más elegante Gregoria que Casilda.

El día era frío y obscuro: cubrían el firmamento espesas y cenicientas nubes ligeramente movidas por la brisa, lo que permitía que de cuando en cuando se vislumbrara un rayo de sol que jugueteaba en la estrecha senda.

Poco a poco la figura de Nepomuceno, del odiado y odioso Nepomuceno, había ido creciendo a los ojos de la imaginación espantada de Bonis; sobre todo, las patillas cenicientas, en que el desgraciado veía el símbolo de todas las matemáticas aplicadas a la hacienda, el símbolo de los aborrecibles intereses materiales, del negocio, de la previsión y del ahorro... y la trampa si a mano viene; aquellas patillas habían subido, tocado las nubes, y en el inmenso abismo hundían los lacios hilos grises de sus puntas. ¡Rayo en ellas!

Ella contestó: «, pero ese es un engaño: el cielo está cerradoYo repliqué: «Pronto se abriráPoco a poco se fue cubriendo todo el paisaje, todos los colores habían desaparecido, no se veían otros tonos que el del blanco y el del negro: las montañas negras, el agua plomiza, la espuma plateada; las nubes cenicientas, albas nubecillas, nubecillas pálidas, nubes de color de hierro.

No picaba el sol; su luz se cernía por un velo de nubes, y la campiña tenía tonos mates, verdes glaucos, amarilleces areniscas, lejanías delicadamente cenicientas, suaves matices que se copiaban en la ciénaga tranquila. Esto es muy hermoso, Don Ignacio dijo Lucía por decir algo, pues pesaba sobre su alma el silencio, la soledad profunda del lugar . ¿No le gusta a usted?

La ceja se convertía en un casquete, luego en un hemisferio, después en un arco árabe estrangulado por abajo, hasta que al fin se despegaba de la masa líquida lo mismo que una bomba, derramando fulgores de incendio. Las nubes cenicientas se ensangrentaban, los peñascos de la costa empezaban á brillar como espejos de cobre. Se extinguían por la parte de tierra las últimas estrellas.