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Pero llegaba la noche sembrada de estrellas, y allá en la plaza de Mina, escuchando los sones armoniosos de la música, favorecidos por la sombra, de nuevo se acercaban para verterse en el oído los dulces secretos de su corazón. Y su amor entonces adquiría un sentimiento de tierna intimidad, venía envuelto en promesas halagadoras que los ponía gozosos y locuaces.

Sus ecos vibrantes y armoniosos despertaban un instante la campiña dormida y se perdían después como blando suspiro en los senos oscuros de los castañares y en las quebraduras de las rocas. Iba, pues, el joven cortesano emboscado en sus meditaciones, cuando delante de él, de uno de los lados del camino, se alzó una sombra que al instante tomó la forma humana.

A la tercera vez que se asomó Luz a la azotea, también vio al mancebo en el mismo sitio; pero ya no se contentaba, para dar entretenimiento a sus miradas, con el lujo de la naturaleza que le envolvía; también la miraba a ella, a Luz, y aun con mejores ojos que a las bellezas inanimadas del paraíso; y como el mancebo era, en opinión de Luz, «el sentimiento de la bondad y la fortaleza», y hasta «el arcángel guardador» de todo aquello, que ya era «de los dos», Luz bajó del terrado, sin miedo y sin escrúpulos, y el mancebo la salió al encuentro; y ella apoyó su brazo en el brazo que le presentó él, y se fueron juntos por el sendero adelante; y mientras andaban así, a Luz le parecía más radiante la del sol y que eran más olorosas las flores y más blandos los senderos; los ruidos más armoniosos, el ambiente más saludable y los pajarillos más alegres.

Nunca fui un domingo; pero las tardes serenas de entre semana, la quieta y callada soledad, el sol tras el Avila, sonriente en la promesa del retorno, las mujeres del pueblo trepando lentamente a buscar el agua pura de la fuente, para bajar más tarde con el cántaro en la cabeza como las hijas del país de Canaán, los pájaros armoniosos, buscando a prisa sus nidos al caer la noche, el camino de la Guayra, esto es, la senda por donde se va a la luz y al amor, a Europa y a la patria, perdiéndose en la montaña, cruzada por la silenciosa y paciente recua cuya marcha glacial, indiferente, parece ser un reproche contra las vagas agitaciones del alma humana; todo ese cuadro delicado persiste en mi memoria en el marco cariñoso de los recuerdos simpáticos.

Poe, Verlaine, Musset, Nerval, Darío son nombres venerandos de mi iconografía sentimental. Todos ellos fueron tristes y gloriosos borrachos. No comprendo bien la causa de que tan altos y armoniosos espíritus hayan caído en las simas de «ese demonio más terrible que todas las enfermedades».

De vez en cuando sacan el fino pañuelo de batista, y con una delicadeza que les honra se dedican largo rato a frotarla mientras su espíritu reposa dulcemente abstraído de todo pensamiento terrenal. Graves, solemnes, armoniosos en sus movimientos, los socios más distinguidos del Club de los Salvajes chupan y soplan el humo del tabaco de dos a cuatro de la tarde.

Tiene una emoción única y una magia peculiar para engarzar las palabras en collares armoniosos, de divinos matices crepusculares.

Cantara, en fin, tus brisas matinales tus crepúsculos plácidos y hermosos, tus magníficas noches tropicales...! ¡Cuál entonces mis versos sonorosos como el limpio cristal de una cascada fluyesen inspirados y armoniosos! Como entonces mi musa arrebatada, hasta donde tu cielo reverbera, desde allí como alondra enamorada,

De elevada estatura y bien desarrollada, hubiera representado más de diez y ocho años, si su boca, a pesar de un arco algo desdeñoso que amenazaba acentuarse con el correr del tiempo, no hubiese tenido movimientos infantiles. Su porte y su gesto eran acompasados y algo al descuido, aunque armoniosos sin rebuscamiento.

Parecíame ver aquellas pobres casas adornadas con sus Nacimientos y animadas por la alegría de la familia: recordaba la pequeña iglesia iluminada, dejando ver desde el pórtico el precioso Belén, curiosamente levantado en el altar mayor: parecíame oir los armoniosos repiques que resonaban en el campanario, medio derruido, convocando a los fieles a la misa de gallo, y aun escuchaba con el corazón palpitante la dulce voz de mi pobre y virtuoso padre, excitándonos a mis hermanos y a a arreglarnos pronto para dirigirnos a la iglesia, a fin de llegar a tiempo; y aun sentía la mano de mi buena y santa madre tomar la mía para conducirme al oficio.