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Repare usted que no tiene almenas, sino un parapeto o prolongación de la pared, a mayor altura que el tejado, cuyas aguas salen al exterior por gárgolas de piedra.

En el Zarzal; una quinta espantosa, con una espantosa tía que ¡gracias a Dios! ha muerto. En todo caso, vuestro nombre señorita es de los más conocidos; en 1423 había un caballero de Lavalle que se parapetó en el monte de San Miguel. ¿? ¿Y qué hacía allí ese caballero? Defender el monte atacado por los ingleses. ¿En lugar de bailar? ¡Qué tonto!

Susurraban las acacias, llenaba el aire el misterioso silabeo de las conversaciones de última hora, y el amoroso gemido del mar, besando el parapeto, completaba la sinfonía. Ni se escapó el detalle del papel al ojo avizor de la viuda ni a la vigilante atención de doña Dolores, quien puso torcido y avinagrado gesto, levantándose al punto y anunciando que era hora de retirarse.

Cuando pasaba por el puente de los Santos Padres me detuve un instante casi sin querer, púseme de codos sobre el parapeto, y contemplé las turbias aguas del río precipitándose bajo los arcos.

Posesor de este lago artificial y de ese parapeto con sus esclusas movibles, el agricultor se convierte en director de las lluvias y sequías; impide á las aguas impetuosas correr en torrentes devastadores sobre los campos cultivados, prohibe al arroyo bajar en demasía su nivel durante la época de sequía, y le obliga á alimentar constantemente los canales de riego, llevando á los campos la frescura y la vida.

A doscientos pasos del parapeto los alemanes se detuvieron y comenzaron un fuego graneado tan intenso como no se había oído otro semejante en la sierra; era un verdadero zumbido constante de disparos; las balas, a centenares, segaban las ramas, hacían saltar pedazos de hielo, se aplastaban en las piedras, a izquierda, a derecha, por delante, por detrás.

El descenso a la otra parte de la montaña, es al principio más suave, pero, en Yenne, la pendiente vuelve a empezar de nuevo; viene a ser una limitadísima cornisa sin parapeto, pegada por una parte a las elevadísimas rocas de la montaña y teniendo en la otra, sin el menor amparo, el caudaloso Ródano a tres o cuatrocientos pies de profundidad.

Juan Andrea había días que daba priesa á la partida, por estar ya el fuerte en defensa, que no le faltaba más que el parapeto, y el caballero que él había tomado á cargo le había ya hecho. Lo demás, la gente que quedaba de guarnición lo podía hacer, pues no le faltaba otra cosa, estando ya las dos cisternas llenas de agua.

Contento de proporcionar un rato de descanso a los muchachos que se encorvaban entre las cepas, ladera abajo, levantando y abatiendo sus azadas pesadísimas, avanzaba con cómica rigidez hasta el parapeto de la explanada, prorrumpiendo en un grito prolongado y atronador: ¡Eeeechen tabacooo!...

Caminaban lo mismo que si estuviesen ebrios, en continuo zigzag, desde el parapeto al corte del acantilado, labios con labios, los ojos tocándose, como si nada existiese más allá, é imaginándose buenamente que marchaban en línea recta. Desde lejos les hubiesen creído dos adversarios que luchaban, tambaleándose con los empujones de la pelea.