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¡Bravo! ¡bravo! exclamaron los oficiales á una voz, prorrumpiendo en alegres exclamaciones. ¡Se beberá vino del país! ¡Y cantaremos una canción de Ronsard! ¡Y hablaremos de mujeres, á propósito de la dama del anfitrión! Conque... ¡hasta la noche! Hasta la noche.

La hija del doctor no se dignó responder y su prima salió del aposento prorrumpiendo en sollozos. El señor de Avrigny detúvola al pasar. Amaury, estupefacto, estaba como clavado en su asiento. Ven, hija mía; ven conmigo, Antoñita dijo en voz baja el doctor. ¡Ay, padre mío! ¡Soy muy desgraciada! gimió la pobre joven.

Pero entonces interrumpí prorrumpiendo en una carcajada muy poco reverente, si lo que usted dice es exacto, como lo moral influye en lo físico, no hay más que mirar a las solteronas para distinguir la voluntaria de la que no lo es... Una fisonomía animada, una mirada de bondad, una sonrisa satisfecha y una conversación amable, deben ser la característica de la soltera por vocación...

serías bebedor á fuer de soldado... no se ha de decir que te he dejado morir de sed, viéndonos vaciar veinte botellas... ¡toma! Y esto diciendo llevóse la copa á los labios, y después de humedecérselos con el licor que contenía, le arrojó el resto á la cara, prorrumpiendo en una carcajada estrepitosa al ver cómo caía el vino sobre la tumba goteando de las barbas de piedra del inmóvil guerrero.

Tranquilízate; aún la tendremos veinticuatro horas en nuestra compañía y yo te prometo que estarás presente cuando muera. Amaury dejó caer la cabeza sobre el reclinatorio, prorrumpiendo en sollozos. Haría un cuarto de hora que allí estaban de ese modo cuando se abrió la puerta del oratorio y entró el sacerdote. Al ruido de sus pasos volvió Amaury la cabeza y le preguntó: ¿Qué hay?

Cuando el bañista ve al reptil ondulando á su lado sus graciosos anillos, no cree en la maravillosa aparición de la serpiente de Esculapio, sino que, lleno de terror, salta sobresaltado prorrumpiendo en grandes gritos.

Tuviéronla ellos por persona de poco más o menos y se echaron a reír delante de su cara napoleónica. «Vaya, que buena curda te llevas, ¡oleeé!...». Y ella se les puso delante en actitud arrogantísima, alzó el brazo que tenía libre y les dijo: «¡Apóstoles del error!». Prorrumpiendo al mismo tiempo en estúpida risa, pasó de largo.

Dos hombres le llevaban calle abajo, cada cual agarrándole de un brazo, y él, mirando con estupidez a sus conductores, repetía: ¡machacárselo! . A ratos se paraba, prorrumpiendo en risas de demente. Ya cerca de la iglesia aparecieron dos individuos de Orden Público, que viendo a Maxi en aquel estado, le recibieron muy mal.

Al principio no se dio cuenta el señor deán de lo que tenía delante, pero cuando llegó a entenderlo, montó en cólera y se puso hecho una fiera, prorrumpiendo en éstas y parecidas frases: ¡Usted está loco! ¿Cómo pongo eso en la iglesia? ¿Cómo se le ha ocurrido a usted semejante desatino? ¡Se necesita descaro! ¡Usted no sabe lo que se pesca!

Esta efervescencia la hizo moverse como un ave, más bien que andar al lado de su madre, prorrumpiendo continuamente en exclamaciones inarticuladas, agudas, penetrantes.