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Desfiló ante el vapor toda la costa de la Marina; luego, el cabo Huertas, el lejano puerto de Alicante y el cabo de Santa Pola. A la caída de la tarde, el Mare nostrum estaba frente al cabo Palos, y tuvo que navegar aguas afuera para doblarlo, dejando Cartagena á lo lejos.

A cada momento las hay. ¡Hombre, me dejas sorprendido! ¿Y a beneficio de quién eran éstas? ¡Cómo a beneficio?... ; ¿a beneficio de qué cura se daba la función esta tarde? Godofredo hizo un gesto de resignación y no contestó. Adolfo gozaba extremadamente en embromar y hasta escandalizar a aquel pobre muchacho, fervoroso creyente y dado a las devociones piadosas. Godofredo Llot era de Alicante.

Despues de cuatro horas de diligencia toqué en Almanza con el ferrocarril de Alicante, empresa que, á pesar de los muy buenos elementos con que cuenta, se distingue por su mal servicio. Algun dia se corregirá. Nada diré sobre la ciudad de Almanza, porque la noche me impidió observar siquiera su aspecto general.

Hoy, en Alicante, cuando Azorín y Sarrió paseaban bajo las palmeras, frente al mar, se ha parado ante ellos un señor moreno y enjuto, de ancha perilla cana. Luego se ha dirigido a Azorín y le ha estrechado la mano con un apretón seco y nervioso. Yo quién es usted le decía y quiero tener el gusto de saludarle. Es usted uno de los hombres del porvenir... Azorín ha querido saber su nombre.

Don José llevaba el cesto y D.ª Laura el dinero, y aquí era el recorrer tiendas, el mirar todo, el preguntar precios, no arriesgándose a la empresa de sus compras hasta no estar seguros de que compraban lo mejor. Ya Relimpio estaba enterado de los puntos donde era legítimo el turrón de Alicante y Jijona, donde era más barato el mazapán, más dulces las granadas y más gordas las aceitunas.

»Como siempre sucedía en casos semejantes, yo pronuncié, en el acto de la distribución de premios, un breve discurso que produjo en Alicante un inmenso entusiasmo. Al poco tiempo de celebrado este certamen trasladé mi domicilio a Madrid, renunciando a mi cargo de vicepresidente de la Diputación, con el objeto de dedicarme exclusivamente a la práctica del foro.

El piso alto del Tribunal está basado en arquerías, terminando en azotea, construcción rarísima en Filipinas, que hace recordar las casas de Alicante y Valencia. En la plataforma del castillo de San Diego pasamos al lado del virtuoso párroco Fray Mariano Granja, una alegre velada respirando las puras emanaciones de las ondas del gran Pacífico.

Azorín, alto, inquieto, nervioso, vestido de negro, con un bastón que lleva diagonal, cogido cerca del puño a modo de tizona; Sarrió, bajo, gordo, pacífico, calmoso, con su chaleco abierto y su gran hongo de copa puntiaguda. Yo no si en Alicante habrán reparado en estas dos figuras magnas; acaso no. Los grandes hombres suelen pasar inadvertidos.

Entonces seré turrón de Alicante: dulce, pero duro. Y vaya si me ha parecido duro. Si advirtió usted dureza, hablará sólo de su dulzura por adivinanza. Pues qué, ¿no podría yo probarla? Ya está usted viejo, don Paco, y no podría meterle el diente. Pues te equivocas, que yo no estoy tan viejo, y tengo los dientes tan cabales y fuertes, que si se tratase de mordiscos, hasta en una piedra los daría.

Por el contrario, Andalucía, Valencia, Murcia, Alicante, el mismo Aragon, tienen más de ese hombre que se acuesta á lo largo de un diván, que abre la boca para aspirar las brisas de la tarde, que sujeta á veces la respiracion porque la ahogan los perfumes, que empaña el aire con las bocanadas voluptuosas de su pipa, ó que se disputa á la experiencia de la vida, cerrando sus ojos entre las ruinas veneradas de un mausoleo, bajo la copa de un ciprés, á la sombra de una palmera.